El tema central de este Blog es LA FILOSOFÍA DE LA CABAÑA y/o EL REGRESO A LA NATURALEZA o sobre la construcción de un "paradiso perduto" y encontrar un lugar en él. La experiencia de la quietud silenciosa en la contemplación y la conexión entre el corazón y la tierra. La cabaña como objeto y método de pensamiento. Una cabaña para aprender a vivir de nuevo, y como ejemplo de que otras maneras de vivir son posibles sobre la tierra.

domingo, 26 de diciembre de 2021

Un espacio para pensar

 

La cabaña del filósofo


Una cabaña en las montañas, el lugar imprescindible del pensador alemán para la estimulación intelectual

Martin Heidegger escribió buena parte de sus obras en una pequeña y austera casita de madera en Todtnauberg, a dieciocho kilómetros de Friburgo, en las montañas de la Selva Negra alemana. Durante cincuenta años mantuvo una intensa relación con el pequeño edificio, que se convirtió en mediador imprescindible para su trabajo. Más allá de la tradición de pensadores con cabaña -Heráclito, Lao-Tse, Thoreau, Wittgenstein-, el caso de Heidegger es especialmente significativo por toda la documentación y referencias que existen sobre él. La casa además sigue en pie y hoy es una suerte de lugar de peregrinaje que ha obligado a sus actuales propietarios -los familiares del filósofo- a pedir expresamente el respeto de su privacidad.

Heidegger nació en 1889 en una pequeña ciudad de provincias del sur de Alemania, cercana a la Selva Negra. Tras unos primeros años en el seminario, estudio filosofía en la Universidad de Friburgo y allí empezó a enseñar, tras la I Guerra Mundial, como asistente de Edmund Husserl. Por aquél entonces ya se había casado con Elfride Petri, con la que tendría dos hijos, en 1919 y 1920. En 1923 es nombrado catedrático de Filosofía en la Universidad de Marburgo. Ese mismo año comienza a usar la cabaña como lugar de vacaciones. Allí inicia los primeros apuntes de Ser y tiempo, que publicará en 1927 y cuya repercusión le ayudará a volver definitivamente a Friburgo, en 1928, para sustituir a su maestro Husserl, recién jubilado.

Tras su regreso, Heidegger usará con mucha más frecuencia la cabaña, donde va a pasar largos periodos trabajando. Hay poca información sobre el origen del edificio y algunos autores pensaban que era una construcción existente puesta a disposición del filósofo por el rectorado de la Universidad. Sin embargo, a raíz de las investigaciones de Adam Sharr, publicadas en su magnífico libro La cabaña de HeideggerUn espacio para pensar (Gustavo Gili, 2006), se sabe que fue construida en el verano de 1922 para y por la propia familia. No se conoce si hubo un arquitecto detrás del proyecto, pero sí que Elfride, la prusiana esposa del pensador, organizó y supervisó la obra. El libro de Sharr -arquitecto y profesor- es el estudio más completo publicado hasta ahora sobre la cabaña. Es un texto riguroso y ágil con bastante material gráfico, incluidas muchas de las espléndidas fotografías que Digne Meller-Marcovicz realizó en 1966 y 1968 para el semanario alemán Der Spiegel, algunas de las cuales ilustran este artículo. 

La cabaña, ubicada a 1100 metros de altitud, en una pronunciada ladera y con cubierta a cuatro aguas, mide en planta 6 x 7 metros y consta de una zona de estar con cocina, un dormitorio con cuatro camas, un cuarto de trabajo y una zona trasera con secadero y retrete. Tanto en la cocina como en el estudio existe una cama adicional. La casa está orientada prácticamente según los puntos cardinales y, a excepción de un muro central de mampostería, está construida toda ella en madera, con una austeridad absoluta que se refleja en la inexistente decoración. Por no haber no había ni libros en el estudio. Es curioso cómo Heidegger tenía su biblioteca en la casa de la ciudad, pero donde realmente trabajaba a gusto era en la montaña, sin un sólo libro. Si bien la casa de Friburgo, con su amplitud, su distribución tradicional y su mobiliario Biedermeier, respondía a las lógicas prioridades funcionales, sociales y estéticas asociables a la figura de un catedrático, es cierto que Heidegger no escribió nunca sobre ella, algo que sí hizo, y mucho, sobre la cabaña y sus experiencias allí. A esta distinta relación que el filósofo mantenía con las dos casas dedica Sharr un capítulo de su libro: “La falta de escritos de Heidegger sobre la casa de Friburgo parece indicar sus sentimientos ambivalentes hacia el edificio y hacia su vida familiar, que es notable en contraste con su manifiesto entusiasmo por la existencia solitaria en las montañas y con su percepción allí de resonancias filosóficas”.

Heidegger no escribió nunca de forma explícita sobre arquitectura. Rara vez aparece esta palabra en sus textos. Pese a ello, su obra ha influido enormemente sobre el pensamiento arquitectónico y sigue haciéndolo hoy más que nunca, aunque a muchos les cueste reconocerlo. Ese es, en mi opinión, el gran valor de su aportación: hablar de lo arquitectónico sin hablar de arquitectura, hablar de habitar sin hablar de edificios. La cabaña de Heidegger no existe como objeto particular, es genérica, no tiene forma. Es lo que Michel Onfray llamaría, citando a Deleuze y en referencia al Jardín de Epicuro, “un personaje conceptual, una figura, una oportunidad de filosofía y de filosofar, (…) una idea que se ha vuelto volumen”. La cabaña de Heidegger no es ninguna y es a la vez todas las cabañas, es un ámbito de mediación entre el paisaje y quien lo habita. No se trata de esa cabaña concreta, sino de las circunstancias que rodean a cualquier cabaña habitada en mitad de una naturaleza en continuo cambio y regeneración. Dice Sharr: “Por mediación de la cabaña, Heidegger convertía el paisaje en lenguaje, dentro del marco de aquella mutabilidad que él experimentaba en continua soledad. En realidad, la cabaña y sus circunstancias parecen haber sostenido la posibilidad de una presencia casi hipnótica para el filósofo”

En 1934 se le ofrece a Heidegger la cátedra de filosofía de la universidad de Berlin. A pesar del prestigio de la plaza, la rechaza y escribe a modo de justificación el texto Paisaje creador: ¿por qué permanecemos en la provincia? En él comienza describiendo con un par de frases cortas la cabaña y enseguida entra en lo que realmente le interesa: la íntima vinculación de su trabajo filosófico con la experimentación solitaria del paisaje –“yo nunca contemplo el paisaje, experimento sus cambios”, decía- y con el trabajo de los campesinos, con los que a menudo se identifica. Muchos le han tachado de hipócrita por esta comparación, pero el provincianismo funcional de Heidegger es sincero. Tras sus inevitables actividades docentes y sociales en la ciudad -a la que llamaba el engañoso mundo de abajo– necesitaba subir al mundo de arriba, sencillo y honesto, donde obtenía la estimulación intelectual necesaria para poder trabajar de verdad. Su comportamiento no era el de un ciudadano al que le gusta salir al campo, sino el de un pensador que encontraba en las montañas y junto a los labriegos los contenidos esenciales de la existencia, la materia bruta sobre la que moldear su discurso filosófico, como si de un oficio manual se tratara. La cabaña le proporcionaba el cobijo necesario. 

En 1951 Heidegger asiste en Darmstadt, junto a Ortega y Gasset, a un encuentro entre arquitectos y filósofos. Allí leyó su famosa ponencia titulada Construir habitar pensar (así, sin comas, expresando la inseparable relación entre las tres acciones), quizás uno de los textos filosóficos de todos los tiempos que más ha influido sobre el pensamiento arquitectónico posterior. Sin embargo en él sólo aparece una vez la palabra arquitectura y es precisamente para indicar que no se va a hablar de ella -algo sin duda lleno de significado en un espeleólogo del lenguaje como era Heidegger-. En lugar de eso lanzó a los arquitectos -que por entonces seguían reconstruyendo Alemania- una exhortación a reflexionar sobre el sentido profundo del construir, que él identificaba con el habitar, que es la forma que el hombre tiene de estar en el mundo y cuidar la tierra. Heidegger estaba hablando, no sólo de la reconstrucción material y espacial de Alemania, sino también -y sobre todo- de su reconstrucción moral y espiritual, tras un pasado ignominioso del cual él mismo estaba intentando desvincularse para lavar su imagen. Reivindicaba una vuelta a la autenticidad y dignidad de los orígenes, frente a una concepción meramente utilitarista o funcional del progreso como la que defendía el Movimiento Moderno. Iñaqui Ábalos, en el capitulo que dedica a la cabaña de Heidegger dentro de su libro La buena vida (Gustavo Gili, 2000), dice al respecto: “Lugar, Memoria y Naturaleza, se contraponían frontalmente a Espacio, Tiempo y Técnica, por primera vez de una forma com­pletamente articulada, dando lugar a un giro que prácticamente podría describir todos los cambios de valores que han ido sucediéndose en el panorama arquitectónico desde finales de los sesenta hasta fechas recientes”.

Esa conversión del espacio en lugar -que es una de las claves de lo arquitectónico y que sólo puede realizarse a través de la mismidad del hombre- es esencial para entender la visión poética del habitar sobre la que Heidegger se extenderá tres años más tarde en el texto Poéticamente habita el hombre (1954), donde a partir del análisis de un poema de Hölderlin, acabará concluyendo que “el poetizar construye la esencia del habitar, (…) es la capacidad fundamental del habitar humano”. Esta concepción poética del habitar, que Heidegger opuso al positivismo tecnológico de la modernidad, y que tres años más tarde recogería Gastón Bachelard en su obra seminal La poética del espacio (1957), está detrás de la crucial revisión postmodernista de los setenta y del cambio de paradigma que han supuesto libros fundamentales como La casa de Adán en el Paraíso (1972), de Joseph Rykwert, The Architectural Uncanny (1992) de Anthony Vidler, Arquitectónica (1999), de José Ricardo Morales o Los ojos de la piel (2005), de Juhani Pallasmaa, entre muchos otros.

Lo arquitectónico es aquello que transforma el espacio en lugar. Esa transformación es la esencia del habitar. “El espaciar origina el situar que prepara a su vez el habitar”, escribe Heidegger en El arte y el espacio, un texto aforístico que escribió hacia 1959 y que publicaría en 1969 ilustrado por litografías de Eduardo Chillida, a raiz del encuentro que ambos tuvieron en 1968 en la galería suiza Erker. Jesús Aguirre -que hacía como que odiaba a Heidegger- llamó al texto mera cháchara, muy de las suyas, en un artículo de El País de 1989 donde, para justificar su improbable alianza creativa, insinuaba una cierta química nacionalista entre el filósofo y el artista vasco.

A la figura de Heidegger le perseguirán siempre sus claroscuros personales. Lo más inquietante de él no es lo que sabemos sino lo que imaginamos, lo que intuimos en su rostro o tras las extrañas fotos de Meller-Marcovicz en la cabaña, esa ambigüedad apelmazada que nos permite imaginarlo como el abuelito de Heidi y a la vez torturando a Dustin Hoffman con un torno de dentista, al mismo tiempo como un pater familias cursilón y un donjuan comealumnas. Un “filósofo estafador de novias” y un “ridículo burgués nacionalsocialista en bombachos”, como lo llamaba Thomas Bernhard. Hasta para afiliarse al partido nazi cometió la extrañeza de elegir una facción maldita.

Parece que perdonamos a los escritores sus veleidades personales y políticas pero no así a los filósofos. Pero debería ser igual. La filosofía también produce construcciones literarias, no reglamentos ni catecismos; levanta teorías, no ideologías. Heidegger no cae bien. Valoramos la marginalidad en los intelectuales, disfrutamos imaginando a Wittgenstein o Thoreau solitarios e intempestivos  en sus cabañas, a Heráclito comiendo raíces y diciendo cosas incomprensibles, a Benjamin y sus derivas hasta la última noche en Portbou, como la última noche de André Gorz y D. en su casa de Vosnon. Pero Heidegger era tradicional, conservador, burgués y hasta nacionalsocialista.

Muchos de nuestros jóvenes estudiantes de arquitectura siguen rechazándole a priori. Sin embargo es el filósofo más profundamente arquitectónico que jamás ha existido. Y además, vigente. Pese a quien pese, su filosofía fundamenta muchos valores que hoy están redefiniendo la práctica arquitectónica en campos como el procomún, el diseño sostenible o la conservación medioambiental. Si no hubiera tenido ese calentón nazi, Heidegger probablemente sería hoy el ídolo de los antisistema. Ted Kaczynski, el Unabomber, también vivió en una cabaña.


Autor: Emilio López-Galiacho


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sábado, 20 de noviembre de 2021



 

Les livres sont plus secourables que la psychanalyse. Ils disent tout, mieux que la vie. Dans une cabane, mêlés à la solitude, ils forment un cocktail lytique parfait. 
"Dans les forêts de Sibérie"

 




Refranero molinero

Rueda abandonada en una cantera de ruedas de molino (Comunidad de Teruel)


EL MOLINO Y EL MOLINERO EN EL REFRANERO
DIEZ BARRIO, Germán


Molino de Damaniu


Hace bastantes años, en muchos pueblos se podía ver la actividad y el ajetreo de personas conduciendo sus carros llenos de costales de grano en dirección al molino.

Estas imágenes están totalmente perdidas y sólo nos quedan edificios derruidos, otros que a duras penas se mantienen en pie y alguno aprovechado como mesón o restaurante.

Sin duda el trabajo del molinero tuvo mucha importancia para los hombres del campo hasta que aparecieron las primeras fábricas de harinas.

El refranero hace un repaso del molino y del que muele. Para moler, lo primero que se necesita es agua abundante:


-Con agua muele el molino, y el molinero, con vino.

-Mientras tiene agua el molino, el molinero bebe vino.

-Pide su agua todo molino, y todo molinero pide su vino.

-Cuando no tiene agua el molino, el molinero no tiene vino.

-Molinico ,¿por qué no mueles? -Porque me beben el agua los bueyes.

-Agua pasada no mueve molino.

-Cada uno quiere llevar el agua a su molino y dejar en seco el del vecino. No importa el perjuicio de los demás con tal de poder moler y esto porque el molino andando gana y, además, porque molino que no muele no tiene maquila, es decir, el que no trabaja no cobra, no le dan la porción de grano o harina que le correspondería por su trabajo.

En segundo lugar, conviene madrugar para que no se adelanten otros y nos hagan esperar y perder el tiempo:

-Quien primero viene, primero muele.

-Quien al molino ha de andar, debe madrugar.

-Quien al molino va y no madruga, los otros muelen y él se espulga.

-Quien está en el molino muele; que no el que va y viene.

Es tan importante llegar a tiempo que:

-Más vale aceña parada, que amigo molinero. Si el molino está parado, el que primero llega, primero muele; Cuando la aceña está funcionando, de poco sirve que el molinero sea nuestro amigo.

Al ser el molino un lugar en que fácilmente pueden engañar a uno, es aconsejable que vaya una persona de edad, una persona experimentada:

-Al molino y por carne, vaya de la casa el más grande. Molineros y carniceros siempre tuvieron fama de aprovechados.

Debe ir sola:

-Al monte y al molino no llames al vecino. Perderás la mitad de la leña al repartirla y tendrás que cederle el primer puesto en el molino, con lo cual perderás el tiempo.

Y, además, no comunicar las ganancias a nadie:

-Huerto y molino, lo que producen no lo digas a tu vecino.

Ciertos oficios son muy propios para la sisa, y el de molinero es uno de ellos: Cien sastres, cien molineros y cien tejedores, hacen justos trescientos ladrones.

Esta fama de ladrones, no entro si merecida o no, que tienen los molineros viene de muy antiguo. Ya el anónimo autor del Lazarillo de Tormes (1554) nos lo recuerda: «Pues siendo yo niño de ocho años, achacaron a mi padre ciertas sangrías mal hechas en los costales de los que allí a moler venían, por la cual fue preso, y confesó y no negó, y padeció persecución por justicia.»

El refranero se hace eco de este sambenito que les han colgado a los que ejercen la molienda:

-De molinero mudarás, pero de ladrón no saldrás.

-De molinero a ladrón no hay más que un escalón; y ése es tan bajo, que lo sube un escarabajo.

-Molinero y ladrón, dos cosas suenan y una son.

-De molinero mudarás, pero de robado no escaparás.

-Molinero y ladrón, seria caso de admiración.

-Maestro de molino, ladrón fino.

-Dios nos libre y nos defienda del que hace mala molienda. Del que se queda a escondidas con una parte de lo que muele.

La maquila es el grano o harina que le dan al molinero por moler, pero a veces se toma otra parte que no le corresponde:

-Quien dijo maquilar, quiso decir robar.

-Quien te maquila, ése te esquila.

-Molinero ladrón, no saca maquila, sino maquilón.

-Molinero maquilero, ladrón primero.

Pero no todos los refranes recalcan el lado negativo del oficio:

-El molinero andando gana, que no estándose en la cama.

Aconseja el trabajo para medrar .

-Molinero moliendo y alguacil andando, los dos van ganando.

Cada uno en su trabajo.

-Espaldas de molinero y puercos de panadera, no se hallan dondequiera.

Los molineros tienen las espaldas anchas, acostumbrados a cargar los sacos de harina y grano, y los cerdos de la panadera están gordos y lucidos.


http://www.cervantesvirtual.com/

viernes, 19 de noviembre de 2021

Sobre el paisaje




 


CONSIDERACIÓN DEL PAISAJE (I):

El derecho al paisaje

La patria es el paisaje: el paisaje es nuestro ser mismo”.

(JOSÉ ORTEGA Y GASSET)


El filósofo Eduardo Martínez de Pisón, para el que la protección del paisaje se ha vuelto necesaria, nos recuerda que en la cultura inglesa se produce una identificación del término belleza con la descripción de un paisaje. Mucho tuvieron que ver los pintores que dieron protagonismo al paisaje en los s. XVIII y XIX: R. Wilson, T. Gainsborough, J. Constable, J. Turner… Martínez de Pisón reivindica la vivencia del paisaje por encima de su conocimiento formal, aunque dicho conocimiento afecta necesariamente a la vivencia-experiencia ante o dentro de este entorno vital, este “escenario común heredado” cuya armonía no debemos dejar arruinarse o perderse. A este respecto, otro especialista en paisajes, el geógrafo Joan Nogué considera el paisaje un bien común del que se deduce el derecho al paisaje. También nos recuerda que ha habido una integración armónica de las acciones de las sociedades rurales tradicionales en el medio natural. Añade que “cuando se eliminan los rasgos que le han dado personalidad y continuidad histórica, estamos hablando de destrucción del paisaje”, y esto ha ocurrido con la introducción de macroinstalaciones desde hace seis décadas. El paisaje es para Nogué, “en buena medida, una construcción social y cultural, siempre anclado en un substrato material, físico”. Él mismo cita a la escuela geográfica regional francesa o vidaliana que considera al paisaje como el rostro del territorio. A través de él se puede diagnosticar su estado de salud.

En España el paisaje se revaloriza entre la intelectualidad a partir de 1898, tras la crisis de la pérdida colonial y sus paisajes exóticos propios. Unamuno, en sintonía con Ortega, dijo que “la patria se revela en el paisaje”. En esta época, siguiendo la estela de los ilustres viajeros extranjeros del siglo XIX, literatos y artistas dan rienda suelta a su sed viajera para empaparse de los paisajes ibéricos. Azorín decía que “el paisaje somos nosotros; el paisaje es nuestro espíritu, sus melancolías, sus placideces, sus anhelos, sus tártagos”.

La Institución Libre de Enseñanza, dirigida por Francisco Giner de los Ríos, de una enorme relevancia educativa, marca la comprensión y la contemplación del paisaje como objetivo prioritario. Giner relaciona el orden natural del paisaje con las cualidades y los valores culturales que le atribuye. Es autor de un ensayo titulado precisamente Paisaje, que plasma la concepción científica del mismo en la Institución.

El psicólogo Helio Carpintero aboga por la integración de la vida de cada persona en el paisaje y el biólogo Joaquín Fernández Pérez señala la influencia del cine de ficción y documental en la percepción y valoración del paisaje debido a su capacidad simbólica, y en paralelo al filósofo Nicolás Ortega Cantero incide en la determinación del carácter de los pueblos por el paisaje. Ortega Cantero piensa que la historia de los pueblos, sus aspiraciones y sus logros comunes están ligados a sus paisajes.

El escritor Rafael Núñez Florencio defiende la continuidad, homogeneidad y armonía paisajísticas, y concluye que el paisaje es nuestro patrimonio.



CONSIDERACIÓN DEL PAISAJE (II):


La barbarización del paisaje

El paisaje es un estado del alma”

(HENRY-F. AMIEL)


“Escritores, poetas y pensadores han visto al paisaje como el espejo del alma en el territorio”, mantiene el doctor Joan Nogué, que recuerda el sentimiento de las personas de pertenencia a un paisaje, sea el de nacimiento o el de acogida. Él mismo cita la frase del filósofo chino Lin Yutang“La mitad de la belleza depende del paisaje y la otra mitad de quien lo contempla”. Martínez de Pisón recuerda la vieja enseñanza china que sentencia que “algunos paisajes tienen su poeta, pero siempre todo paisaje tiene su bárbaro”.

Sin menoscabar los enormes méritos culturales del ilustrado Gaspar Melchor de Jovellanos, su postura contra la naturaleza, ‘productora exclusivamente de maleza’, está afortunadamente superada sobre el papel. Aunque en la práctica la agresión al medio natural no pierde vigencia y va a más de manera imparable. ¿Qué diría hoy al respecto el sabio asturiano? Seguramente se alinearía con el geólogo Javier Obartí Segrera partidario de que “toda acción que repercuta en la calidad del paisaje debería basarse en un mejor conocimiento científico, histórico-cultural y técnico del mismo”. La percepción del paisaje de las gentes de la ciencia y las del campo coincide en no estar mediatizada por subjetividades estéticas.

En 1808, el científico viajero romántico coetáneo de Jovellanos, Alexander von Humboldt, que además era rico y guapo, publica el libro Cuadros de la Naturaleza, que inicia la modernidad en el tratamiento de la geografía paisajística, referida a las cordilleras, selvas, ríos y restos de las civilizaciones antiguas del Nuevo Mundo, con un fundamento empírico. Humboldt, junto a sus compatriotas Schiller y Goethe, considera la contemplación admirativa de la Naturaleza como fuente de placer estético y un medio para su comprensión.

Manuel de Terán dictaminó en1960 que la Geografía es la Ciencia del Paisaje. El citado Obartí hace referencia al concepto de esta ciencia como un intento de unificar dos criterios: “el de la discontinuidad del medio físico y el de la continuidad del paisaje en el espacio”. El ruso V. B. Sochava introdujo en 1963 el término geosistema para dar nombre al sistema de interacción entre los elementos del paisaje, que ya en 1933 Hernández- Pacheco enumeraba como fundamentales el roquedo, la vegetación y la fauna.

Concepción Sanz Herraiz, doctora en Geografía Física nos recuerda que los primeros paisajes protegidos en España fueron las montañas, por su belleza, que era eminentemente geológica y geomorfológica. Así como la fecha del 1 de marzo de 2008 en que en el Estado español entró en vigor el Convenio Europeo del Paisaje. Otra doctora en Geografía, Josefina Gómez Mendoza cita la consideración del ingeniero Miguel Arenillas de las instalaciones eólicas como bosques metálicos, “más perjudiciales para el paisaje que las centrales hidráulicas”.



CONSIDERACIÓN DEL PAISAJE (III): 


El valor del paisaje

" y bebiendo con ansia hasta tu mismo jadeo

sin saciar, ¡oh paisaje!, mi gran deseo"

(GEORGES DUHAMEL)


La palabra Paisaje es un galicismo que surge en el siglo XVIII. Se deriva de país y sustituye a esta palabra. “Un paisaje es un fragmento de Naturaleza dotado de sentido”; “no hay paisaje sin mirada”, son afirmaciones del escritor Rafael Núñez Florencio.

No puede negarse que el paisaje está de moda. Retomo más reflexiones del filósofo Martínez de Pisón: El paisaje es un “entorno vital”. Su emergencia en la historia de la cultura se produce en la primera mitad del siglo IV en la China del Sur (Berque, 2006). En el Renacimiento comienza a fluir esta concepción cultural en el occidente europeo. El sentimiento completo del paisaje no se alcanza hasta el Romanticismo. Cito literalmente a este intelectual: “El aprecio a los paisajes puede ser en parte espontáneo –cuestión de sensibilidad-, aunque la mayoría de las veces es aprendido –cuestión de cultura-, y siempre es el resultado del ejercicio de un determinado sistema de valores. Es decir, es una cuestión moral”.Ortega y Gasset sitúa al paisaje en el centro de la reflexión intelectual, filosófica y científica. La consideración de la Geografía como ciencia del paisaje se formuló explícitamente a principios del siglo XX en Alemania y Francia (en España en 1960). Unamuno concede un valor espiritual al paisaje de Castilla. En la primera mitad del pasado siglo, influenciado por el naturalismo, el científico Eduardo Hernández-Pacheco desarrolla la teoría del paisaje, para aplicarla al estudio de los paisajes españoles. Fue uno de los pioneros en plantear la conservación del patrimonio constituido por los paisajes naturales. En 1916 se promulgaba la ley de parques nacionales para preservar su belleza, fauna, flora, geología e hidrología. En los años setenta, la atención al paisaje volvió como reacción al incremento de su deterioro, lo que reflejaba una nueva sensibilidad ambiental. Solé Sabarís, geógrafo y geólogo, conecta la Geografía con la Ecología y con la Ciencia del Paisaje. Los prestigiosos ecólogos Pedro Montserrat y Fernando González Bernáldez son dos promotores de la Ecología del Paisaje.

Joan Nogué, geógrafo especialista en la reflexión paisajística, asume la observación de Eugenio Turri, en el sentido en que en el pasado “las modificaciones del paisaje solían ser lentas, pacientes, al ritmo de la intervención humana, prolongadas en el tiempo y fácilmente absorbibles por la naturaleza de los seres humanos: el elemento nuevo se insería gradualmente en el cuadro psicológico de la gente”. En nuestros días ya no es así.

Nicolás Ortega Cantero considera el paisaje como un patrimonio, un bien heredado por la colectividad y un símbolo de su historia y su identidad compartida.

Javier Obartí señala que el objetivo fundamental de la ordenación territorial es la identificación, delimitación y dotación de un régimen de protección adecuado de los paisajes valiosos, incorporándolos así a los bienes patrimoniales.

Nuestros paisajes son valiosos. Solo falta que sean valorados. En su gestión, errónea o adecuada, nos jugamos el futuro.


Autor: Gonzalo Tena Gómez, Colectivo Sollavientos (Noviembre 2021)


jueves, 17 de junio de 2021

Horace Kephart : vida de cabaña de un pionero de las Grandes Montañas


Horace Kephart, (1862-1931) an author and travel writer, wrote “Our Southern Highlanders” about his life in Western North Carolina. He campaigned for the establishment of the Great Smoky Mountains National Park and the Appalachian Trail through the Smokies.
SPECIAL TO THE CITIZEN-TIMES
Horace Kephart in his cabin in what became Great Smoky Mountains National Park, about 100 years ago.
COURTESY OF WCU SPECIAL COLLECTIONS

Portrait of the Past: Horace Kephart at Hall Cabin, 100 years ago

Rob Neufeld | Columnist


“I love the wilderness because there are no shams in it,” author and outdoorsman Horace Kephart said. In 1904, at age 41, he quit his job as a librarian in St. Louis, Missouri, recuperated from a nervous breakdown and went to Western North Carolina, where, he said, “I could build up strength anew and indulge my lifelong fondness for hunting, fishing and exploring new ground.”

He established himself along Hazel Creek in Swain County and later in Bryson City and began writing feature stories that contributed to his 1913 classic, “Our Southern Highlanders.” He spent some summers in a remote herder’s cabin called Hall Cabin on the North Carolina-Tennessee border, the “back of beyond,” as he called it.
 

One day, a lame hiker from Cincinnati approached him there. “If I had missed your cabin I would have starved to death,” he said. “I have been out in the laurel thickets, now, three days and two nights.” Kephart made him coffee and prepared food in the fireplace pictured here.

Fuente: https://eu.citizen-times.com/story/life/2018/10/02/portrait-past-horace-kephart-hall-cabin-100-years-ago/1433534002/


Horace Kephart

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Horace Kephart
Kephart en 1906
Kephart en 1906
Nació8 de septiembre de 1862
East Salem , Pennsylvania , Estados Unidos
Fallecido2 de abril de 1931 (68 años)
Bryson City , Carolina del Norte , Estados Unidos
Lugar de descansoCementerio de
Bryson City Bryson City, Carolina del Norte [1]
Ocupaciónbibliotecario
Nacionalidadamericano
EducaciónLebanon Valley College , Universidad de Boston , Universidad de Cornell [2]
GéneroLiteratura al aire libre , Literatura de viajes
CónyugeLaura (Mack) Kephart [3]

Horace Sowers Kephart (8 de septiembre de 1862-2 de abril de 1931) fue un escritor de viajes y bibliotecario estadounidense , mejor conocido como el autor de Our Southern Highlanders (una memoria sobre su vida en las Grandes Montañas Humeantes del oeste de Carolina del Norte ) y el clásico guía al aire libre Camping y artesanía en madera .

Biografía editar ]

Kephart nació en East Salem, Pennsylvania y se crió en Iowa . Fue director de la Biblioteca Mercantil de St. Louis en St. Louis, Missouri desde 1890 hasta 1903; Durante estos años, Kephart también escribió sobre viajes de campamento y caza . [4] Anteriormente, Kephart también había trabajado como bibliotecario en la Universidad de Yale y pasó un tiempo significativo en Italia como empleado de un rico coleccionista de libros estadounidense.

En 1904, la familia de Kephart (esposa Laura y sus seis hijos) se mudó a Ithaca, Nueva York , sin él, pero Laura y Horace nunca se divorciaron ni se separaron legalmente. Horace Kephart encontró su camino hacia el oeste de Carolina del Norte, donde vivió en la sección Hazel Creek de lo que más tarde se convertiría en el Parque Nacional Great Smoky Mountains :

Tomé un mapa topográfico y distinguí en él, por medio de las curvas de nivel y el espacio en blanco que no mostraba asentamiento, lo que parecía ser la parte más salvaje de estas regiones; y ahí fui. [5]

Más adelante en su vida, Kephart hizo campaña para el establecimiento de un parque nacional en las Grandes Montañas Humeantes con el fotógrafo y amigo George Masa , y vivió lo suficiente para saber que se crearía el parque. Más tarde fue nombrado uno de los padres del parque nacional. También ayudó a trazar la ruta del sendero de los Apalaches a través de Smokies. [6] Kephart murió en un accidente automovilístico en 1931 y fue enterrado cerca de Bryson City, Carolina del Norte , una pequeña ciudad cerca del área sobre la que escribió en Our Southern Highlanders . [7] Dos meses antes de su muerte, el monte Kephart fue nombrado en su honor. [4]

El Mountain Heritage Center y las colecciones especiales de Hunter Library , Western Carolina University, han creado una exhibición en línea digitalizada llamada "Revelando un enigma" que se enfoca en la vida y obra de Horace Kephart. Esta exhibición contiene documentos y artefactos (fotos y mapas) que se pueden explorar o buscar.

El documental de Ken Burns , que consta de varias partes, The National Parks: America's Best Idea , presenta a Horace Kephart en el cuarto episodio (1920-1933), que se emitió inicialmente el 30 de septiembre de 2009.

Kephart es un personaje de la novela Serena de Ron Rash , así como de las novelas de Walt Larimore, Hazel Creek y Sugar Fork .

Escritos editar ]

Kephart en el campamento de Smokies

Escribió sobre sus experiencias en una serie de artículos en la revista Field and Stream . Estos artículos se recopilaron en su primer libro, Camping and Woodcraft , que se publicó por primera vez en 1906. [8] [9] Aunque en su mayoría era un manual de vida al aire libre, Kephart intercalaba su filosofía:

A su campista de pura sangre no le agradan las atenciones de un propietario, ni se dejará enraizar en el suelo por preocupaciones de propiedad o arrendamiento. No es la posesión de la tierra, sino del paisaje, lo que disfruta; y en cuanto a eso, todas las partes salvajes de la tierra son suyas, por un título que no conlleva ninguna obligación, pero que él no las profanará ni las asolará. Las casas, para alguien así, en verano son poco mejores que jaulas; las cercas y los muros son su abominación; los campos arados son sólo algunos parches de tierra desgarrada y atormentada. La belleza lustrosa de los pastos es demasiado primitiva y artificial, el ganado doméstico tiene un porte dócil e innoble, los campos de trigo son monótonos a sus ojos, que buscan alivio en el campo viejo abandonado, cubierto de matorrales, que aún alberga a algunos niños tímidos. de lo salvaje. No es el claro sino el desierto sin vallas lo que es el verdadero hogar del campista. Es hermano de ese buen amigo mío que, en una sátira gentil de nuestros jardines formales y céspedes muy cortados, solía decir: "Amo las obras no mejoradas de Dios".[10]

También publicó algunos libros más sobre el mismo tema, como Camp Cookery (1910) y Sporting Firearms (1912). Además, escribió la sección The Hunting Rifle de Guns, Ammunition and Tackle (Nueva York: Macmillan, 1904), un volumen de la prestigiosa American Sportsman's Library de Caspar Whitney [11]

Combinando su propia experiencia y observaciones con otros estudios escritos, Kephart escribió un estudio sobre los estilos de vida y la cultura de los Apalaches llamado Our Southern Highlanders , publicado en 1913 y ampliado en 1922. [4] [12]

Escribió una breve historia del Cherokee [13] y otros libros que se convirtieron en estándares en el campo. [6]

Kephart completó un texto mecanografiado para una novela en 1929. Sin embargo, el libro no fue editado y publicado hasta 2009, cuando fue publicado bajo el título Smoky Mountain Magic por Great Smoky Mountains Association. [14]

Kephart nunca abandonó las Great Smokies, ya que murió instantáneamente en un accidente automovilístico en una carretera de montaña el 2 de abril de 1931.


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