El tema central de este Blog es LA FILOSOFÍA DE LA CABAÑA y/o EL REGRESO A LA NATURALEZA o sobre la construcción de un "paradiso perduto" y encontrar un lugar en él. La experiencia de la quietud silenciosa en la contemplación y la conexión entre el corazón y la tierra. La cabaña como objeto y método de pensamiento. Una cabaña para aprender a vivir de nuevo, y como ejemplo de que otras maneras de vivir son posibles sobre la tierra.

miércoles, 31 de julio de 2019


'La depresión por el cambio climático' está haciendo que las personas renuncien a la vida

"Es sumamente doloroso ser un ser humano justo ahora, en este momento de la historia".

Por Mike Pearl; ilustración de Annie Zhao; traducido porLaura Castro
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19 Julio 2019, 1:30pm
Ilustración de Annie Zhao.
Artículo publicado originalmente porVICE Estados Unidos.
En el verano de 2015, el año más cálido en la historia hasta ese momento, fue justo el calor lo que afectó a Meg Ruttan Walker, una exmaestra de 37 años de Kitchener, Ontario. "Los veranos han sido estresantes para mí desde que tuve a mi hijo", dijo Ruttan Walker, quien ahora es una activista ambiental. "Es difícil disfrutar de una temporada que nos recuerda constantemente que el mundo se está calentando". 
"Creo que mi ansiedad alcanzó un pico", continuó Ruttan Walker. Sentía que no había a dónde ir, y aunque había hablado con su médico familiar sobre esa ansiedad, no había buscado ayuda profesional para su salud mental. De pronto, ya estaba considerando lesionarse así misma. "Aunque no creo que hubiera llegado a lastimarme, no sabía cómo vivir con el miedo de... el apocalipsis, supongo. Mi hijo estaba en casa conmigo y tuve que llamar a una amiga para que lo cuidara porque yo ni siquiera podía mirarlo sin derrumbarme", dijo Ruttan Walker. Finalmente, ella misma se internó en un centro de salud mental por la noche.
Su caso es extremo, pero muchas personas padecen lo que podría llamarse "desesperación o depresión por el cambio climático", la sensación de que el cambio climático es una fuerza imparable que extinguirá a la humanidad y que, entre tanto, hará que la vida se vuelva inútil. Como señaló David Wallace-Wells en su bestseller de 2019 The Unhhabitable Earth, "Para la mayoría de los que perciben una crisis climática en pleno desarrollo e intuyen que se aproxima una metamorfosis más completa del mundo, tal visión es sombría, pues por lo general se basa en escatológicas imágenes perennes heredadas de textos apocalípticos como el Libro de la Revelaciones, el ineludible libro que es la fuente de la ansiedad del mundo occidental con respecto al fin del mundo".
La "depresión climática" ha sido una frase que empezó a utilizarse al menos desde el libro de 2010 de Eric Pooley, The Climate War: True Believers, Power Brokers, and the Fight to Save the Earth [La guerra climática: verdaderos creyentes, agentes del poder y la lucha para salvar la Tierra], pero su uso se extendió ampliamente apenas hace dos años. En la más progresista Suecia, el término klimatångest se volvió popular desde al menos 2011 (el año en que se creó un artículo de Wikipedia con ese nombre). En The Uninhabitable Earth [La tierra inhabitable], Wallace-Wells señala que la filósofa Wendy Lynne Lee llama a este fenómeno "eco-nihilismo", el político y activista canadiense Stuart Parker prefiere el término "nihilismo climático", y otros han probado con términos como "futilitarianismo humano".
Como sea que lo llames, esto es innegablemente una condición real, aunque aún no tenga un conjunto de criterios formales de diagnóstico. (Puede llegar a alcanzar ese estatus: la Organización Mundial de la Salud tardó décadas en declarar al agotamiento laboral o burn-out un "fenómeno ocupacional" oficial). Es imposible saber cuántas personas como Ruttan Walker han experimentado la depresión o la desesperación por el cambio climático como una crisis de salud mental, aunque la desesperación está a nuestro alrededor todo el tiempo: en nuestras propias reacciones momentáneas pero intensas ante las últimas noticias sobre el clima, en memes y bromas sobre la extinción humana, incluso en obras de filosofía y literatura. Ahora hay un grupo radical de científicos y escritores que no solo toman nuestra inminente condena como un artículo de fe, sino que también la aceptan con satisfacción.
Esta desesperación podría ser una consecuencia de que el cambio climático está presente en la mente de más personas de lo que jamás lo estuvo antes. Según la investigadora en ciencias sociales y psicología Renee Lertzman, autora de EnvironmentalMelancholia [Melancholia Ambiental] de 2015, un gran número de personas se han dado cuenta recientemente de que el cambio climático es real, aterrador y que es un problema que no se está atendiendo. "Es una experiencia surrealista porque seguimos en el mismo sistema, así que sales y ves a la gente conduciendo sus autos, a todos comiendo mucha carne [y] todos actúan como si eso fuera normal", dijo. Para algunas personas, ese sentimiento es incompatible con continuar llevando la vida cotidiana de siempre.
Pero la desesperación por el cambio climático va mucho más allá de la preocupación razonable de que un planeta más caliente hará más dura la vida y obligará a la humanidad a tomar decisiones difíciles. En lugar de animarnos, la desesperación por el cambio climático nos compele a darnos por vencidos. En un estudio realizado en 2019 en el Reino Unido por los investigadores Saffron O'Neill y Sophie Nicholson-Cole, les presentaron a los sujetos de prueba visualizaciones de datos relacionados con el clima y los animaron, basados en el miedo, a actuar o no hacer nada. La mayoría de las veces estos ánimos dieron como resultado "negación, apatía, evasión y asociaciones negativas". Al final, los investigadores concluyeron, "las imágenes sobre el cambio climático pueden evocar fuertes sentimientos de trascendencia absoluta, pero esto no necesariamente hace que los participantes se sientan capaces de poder hacer algo al respecto; de hecho, puede ocurrir lo contrario". En otras palabras, si le dices a la gente que hay que hacer algo o todos vamos a morir, es probable que tomen la segunda opción, por más irracional que pueda parecer tal impulso.
Los expertos dicen que este es justamente el peor momento para recibir a la fatalidad con los brazos abiertos. Según Andrew Dessler, profesor de ciencias atmosféricas en la Universidad de Texas A&M, la certeza sobre la extinción humana no es precisa, y tampoco es "un punto de vista particularmente útil". Dessler me explicó en un correo electrónico que "aún estamos (en gran parte) en control de nuestro destino".
"Esto es doloroso", dijo Lertzman. "Es sumamente doloroso ser un ser humano justo ahora, en este momento de la historia". Sin embargo, agregó, " Es necesario que traduzcamos nuestra preocupación, nuestra desesperación, nuestros sentimientos de enojo, en acciones".
Desde cierta distancia, la desesperación por el cambio climático puede parecer ansiedad y depresión común en los pacientes que se obsesionan con el clima, pero es difícil negar el peculiar efecto que el cambio climático está teniendo en la salud mental. El 5 de mayo, un grupo de psicólogos y psicoterapeutas suecos publicaron una carta abierta a su gobierno en la que señalaban la perversidad del status quo del cambio climático: la preocupación no era tanto que el medio ambiente se estuviera deteriorando, sino que no se estuviera haciendo nada al respecto.
Específicamente, la carta señalaba que los niños están conscientes de que los adultos les están dejando un mundo en ruinas, y esa es una verdad terrible de la cual estar consciente cuando eres niño. "Una crisis ecológica continua sin un enfoque de solución activo por parte del mundo de los adultos y de quienes toman decisiones plantea el grave riesgo de que un número cada vez mayor de jóvenes se vea afectado por la ansiedad y la depresión", dice la carta en sueco.
Greta Thunberg, una activista climática sueca de 16 años que lideró las recientes huelgas escolares en todo el mundo, dijo en su Charla TED de 2018 que saber sobre el cambio climático era un infierno para su joven psique. "Cuando tenía 11 años me enfermé. Me deprimí. Dejé de hablar y de comer. En dos meses, perdí unos 10 kilos de peso". Más tarde la diagnosticaron con síndrome de Asperger, trastorno obsesivo-compulsivo, y enmudecimiento selectivo. Luego salió de su desesperación y encontró una manera de elevar la voz haciendo huelga, negándose a ir a la escuela hasta que el mundo demostrara que estar haciendo lo necesario para arreglar su desastre.
La simple lectura de datos sobre el cambio climático puede producir reacciones no muy diferentes a las de Thunberg. The Uninhabitable Earth llama al cambio climático "el final de la normalidad", explicando que, "Ya hemos dejado atrás las condiciones ambientales que le permitieron al animal humano evolucionar en primer lugar, y estamos en una apuesta poco segura y no planificada con respecto a lo que ese animal puede soportar". El informe de la ONU del año pasado sobre el probable fracaso de la humanidad en detener el calentamiento global por debajo del umbral de 1,5 grados Celsius tenía un mensaje similar, al igual que el de mayo sobre que 1 millón de especies están en vías de extinción debido a la degradación ambiental causada por el hombre, asumiendo que no cambie nuestro rumbo y no dejemos de generar gases de efecto invernadero (junto con otras formas de estragos ambientales). También en mayo, un grupo de estudio australiano llamó al cambio climático "una amenaza existencial de corto a mediano plazo para la civilización humana"
Greta Thunberg, la joven activista sueca que ha hablado sobre su lucha contra la depresión. MICHAEL CAMPANELLA/Getty Images.
Estas señales de advertencia, sin duda, ayudan a crear conciencia, pero para algunos esa conciencia puede generar desesperanza. Maisy Rohrer, una investigadora del desarrollo de 22 años en la Universidad de Nueva York, ha estado luchando para hacer frente a la depresión por el cambio climático durante años. "Supongo que la desesperación comenzó cuando tenía 18 años, y comencé a enterarme de lo mucho que estaba cambiando la tierra. Me daban verdaderos ataques de pánico con solo pensar en el derretimiento del hielo ártico y la muerte de los osos polares por inanición, y le llamaba a mi mamá para decirle que su vida no tenía sentido", dijo. En ese momento, Maisy pensaba que la raza humana "debería ser eliminada".
"Me volví bastante suicida, y gran parte de mi justificación para sentir que sería mejor estar muerta era que los humanos están dañando demasiado a la Tierra, y yo, como una sola persona [no era capaz] de generar un impacto positivo que fuera suficiente, así que sería mejor si no estuviera aquí para causar más daño", dijo Rohrer.
Incluso aquellos que no tienen pensamientos suicidas pueden verse afectados de manera significativa por la desesperación del cambio climático. Brooke Morrison es una conductora de radio de 26 años en Carolina del Norte, que habla con entusiasmo sobre la música pop cuando está al aire. Fuera del aire, su mundo no es tan alegre. "Siento que ya estoy de luto por mi vida y mi futuro", dijo. Incluso sus planes de vida —quiere mudarse a Los Ángeles— se ven ensombrecidos por su pesimismo. "Creo 100% que la costa oeste pronto estará bajo el agua, y me gustaría conocerla mientras aún quede tiempo", dijo.
Hay varios "niveles", como ella los llama, en los que lucha contra los horrores ecológicos que vienen: "Sentirme como si ya hubiera perdido. Sentirme fuera de control. Sentir que no puedo formar una familia, y entonces discuto conmigo misma por querer una, o incluso por querer casarme. Simplemente me doy por vencida. Luego, intento mantener la voluntad de seguir adelante. Intento mantener alguna forma de esperanza".
Pero cuando dice "esperanza", no se refiere a esperanza para el planeta. Me dijo en términos inequívocos que no le da ningún valor a los intentos de la humanidad por mitigar el cambio climático: "Creo que es demasiado tarde".
Estos sentimientos pueden ser poderosos, pero no están basados en la ciencia dura. Michael Mann, el climatólogo de Penn State al que suele atribuírsele el hecho de haber ayudado a atraer la atención del público hacia las tendencias históricas que son fundamentales para nuestra comprensión del cambio climático, llama a esta perspectiva "fatalismo" y quiere dejar claro que la evidencia no la respalda. "Desafortunadamente, hay algo de mala ciencia detrás de gran parte del 'fatalismo'", dijo. "No hay necesidad de exagerar o citar incorrectamente lo que la ciencia tiene que decir".E
Esto es lo que la ciencia tiene que decir: los modelos que usan el status quo —es decir que como fundamento "no cambian nada"— muestran que nos dirigimos a un precipicio en términos de habitabilidad planetaria. Pero estos modelos probablemente están exagerando la inacción de la humanidad. Países enteros(pequeños) tienen planes realmente buenos para una rápida descarbonización, y los más grandes están progresando, solo que no lo suficientemente rápido. Siguiendo estas tendencias, es posible imaginar que la humanidad logrará alcanzar una relativa estabilidad climática, incluso si los efectos de nuestras emisiones de gases de efecto invernadero, algunos de ellos horribles, continúan desarrollándose, tal vez durante miles de años. Eso sería mejor que nunca descarbonizarnos, y nunca lograr una especie de estabilidad.
Dessler lo expresa de esta manera: "Creo que está claro que las emisiones bajarán a cero y se estabilizará el clima en algún momento de este siglo. Pero hacerlo en el transcurso de 50 años nos generará un mundo diferente al que tendríamos si lo hiciéramos en 20 años. Depende de nosotros decidir en cuál de esos mundos queremos vivir".
La humanidad evidentemente necesita tratar el cambio climático como un problema urgente, y como señala Wallace-Wells en Uninhabitable Earth, es importante discutir las posibilidades extremadamente pesimistas siempre que sí sean posibles, porque "cuando descartamos los peores escenarios posibles, se distorsionan las proyecciones de los resultados más probables, y entonces consideramos que no es necesario hacer planes concienzudos para esos escenarios extremos". Pero el impulso intelectual de la desesperación por el cambio climático lleva esto mucho más lejos, insistiendo en que solo los peores escenarios merecen nuestra consideración seria.
Esta es una cosmovisión que ha florecido en lugares como / r / collapse subreddit, que cura los eventos noticiosos de tal manera que pueda demostrar que el mundo está llegando a su fin. Los autores Paul Kingsnorth y Dougald Hine pusieron el término "soluciones" en citas aterradoras en su manifiesto Dark Mountain Manifesto de 2014, que, aunque en su mayoría es un llamado literario a las armas, también es el acogimiento del "desmoronamiento" de la sociedad. Y hay científicos que se han comercializado como profetas fatalistas, solo para que sus profecías sean refutadas. Entre ellos se encuentran el notorio extremista del derretimiento del hielo marino Peter Wadhams y el ecologista y defensor de que el fin está cerca Guy McPherson.
Pero nada se compara con la viral e intensa desolación de Deep Adaptation: A Map for Navigating Climate Tragedy [Adaptación profunda: un mapa para sortear la tragedia climática], del profesor de la Universidad de Cumbria Jem Bendell, un artículo de 2018 que Bendell publicó por su propia cuenta después de que una revista académica se negara a publicarlo. El artículo argumenta que el colapso total de la sociedad está en marcha, y describe la vida en medio de ese colapso con oraciones vívidas como, "temerás morir asesinado de manera violenta antes de que te mate el hambre". El artículo tuvo tanta resonancia que las personas le dan el crédito por enviarlos a terapia o por abandonar sus trabajos para vivir más cerca de la naturaleza.
Pero Deep Adaptation ha sido señalado como un trabajo de mala calidad con base en los estándares académicos. Le mostré Deep Adaptation al antropólogo Joseph Tainter, el académico más notable que pude encontrar en el tema del colapso social, y esto es lo que me dijo: "Creo que el artículo de Bendell es simplista y superficial. Debido a que también es alarmista, lo calificaré, además, como irresponsable. Después de revisar las tendencias ambientales relacionadas con el cambio climático, no logra demostrar cómo es que éstas conducen a 'la inanición, la destrucción, la migración, las enfermedades y la guerra'. El cambio climático podría conducirnos a algunas o a todas estas cosas, pero en un documento de este tipo, uno tiene que demostrar cómo". (En respuesta a Tainter, Bendell me dijo que su artículo no explicaba el mecanismo del colapso porque "ya hace mucho había hecho un resumen de la ciencia del clima y de los procesos de negación" y dijo que el documento "hablaba de mi campo profesional del manejo de la sustentabilidad y no de otros campos, como los que estudian la historia de los colapsos sociales").
Cualquiera que le de seguimiento al cambio climático sabe cuán devastadoras serán las consecuencias. Sin embargo, existe la preocupación entre académicos y activistas de que las perspectivas como la de Bendell hagan más daño que bien. Mann, el climatólogo, cree que incluso Wallace-Wells va demasiado lejos. En una respuesta al artículo de 2017 de la revista New York en el que se basó el libro de Wallace-Wells, Mann escribió: "El miedo no motiva, y apelar a él por lo regular es contraproducente, ya que tiende a alejar a las personas del problema, lo que las lleva a desengancharse, ponerlo en duda e incluso descartarlo"
Llevando esto un poco más lejos, el escritor británico y activista del clima George Monbiot ve el sucumbir ante la desesperación como un fracaso moral. "Al rendirnos ante las calamidades que un día podrían afligirnos, las disfrazamos y las distanciamos, convirtiendo las elecciones concretas en un temor indescifrable", escribió en abrilMonbiot. "Podemos liberarnos de la responsabilidad moral al afirmar que ya es demasiado tarde para actuar, pero al hacerlo, condenamos a otros a la indigencia o la muerte".
Si la desesperación engendra inacción, eso obviamente representa un problema. Pero otros piensan que una cierta cantidad de temor podría ser útil. En un ensayo de cuatro sociólogos (Kasia Paprocki, Daniel Aldana Cohen, Rebecca Elliott y Liz Koslov) publicado en mayo, los autores discuten algo llamado "malestar útil". Escriben que no pudieron evitar notar que sus colegas en las ciencias físicas están teniendo dificultades para lidiar con la "evidencia abrumadora de un apocalipsis" y que "están desesperados tanto por lo que saben como porque están siendo ignorados, menospreciados, e incluso amenazados". Sin embargo, escriben: "Creemos que nuestras incomodidades son productivas. Nos permiten rechazar el catastrofismo y aclarar las posibilidades de futuros mejores".
De hecho, a medida que aumenta la desesperación, la opinión de los estadounidenses sobre el cambio climático parece cambiar. En febrero, Yale publicó una encuesta sobre las actitudes ante el cambio climático y observó un aumento del 8 por ciento en los estadounidenses "alarmados" por el cambio climático en el transcurso de un solo año. La encuesta se llevó a cabo justo después de la publicación en otoño del exitoso informe especial de la ONU de 2018 (para ese momento la historia de Wallace-Wells en la revista Nueva York ya había salido a la circulación). La encuesta de Yale no conecta esos puntos y la correlación no significa causalidad, pero es tentador pensar que algosacó a mucha gente de su complacencia, al menos momentáneamente. Los políticos también hablan cada vez más sobre el cambio climático. En Estados Unidos, por ejemplo, la izquierda se está alineando con las propuestas políticas del Green New Deal e incluso algunos republicanos están dispuestos a considerar las políticas climáticas.
Un protestante de Greenpeace en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Cambio climático de 2009, vestido como uno de los jinetes del Apocalipsis. Foto de Peter Macdiarmid/Getty.

Es probable que no sea de mucho consuelo para quienes ya están enfrentando problemas de salud mental que el diálogo sobre el cambio climático puede empeorar.
"Sentía que cada vez que comía y que tomaba un café o una bebida con un popote, esa acción era más perjudicial de lo que probablemente era en la realidad, y eso me llevó a dejar de comer adecuadamente y a tomar otras decisiones que perjudicaron mi salud en general", dijo Rohrer. "Y esto, a su vez, empeoró mi depresión debido a la falta de nutrición y de sueño, lo cual aumentó mi paranoia y pánico por el cambio climático. Fue un círculo realmente vicioso".
Katerina Georgiou, una terapeuta de Londres, me dijo en un correo electrónico que la desesperación por el cambio climático "usualmente se relaciona con los pacientes que ya presentan [un] diagnóstico de ansiedad (generalizada, de salud o un TOC)". Georgiou me explicó que estos pacientes están sufriendo "mucho", pero en su evaluación, "tiene menos que ver con el tema en sí y mucho más con el patrón de cómo funciona la ansiedad. El cambio climático es solo el objeto de una fijación, pero la fijación es el síntoma".
Cuando le pregunté qué estrategias de afrontamiento sugiere, la respuesta de Georgiou fue simple: "Reducir la cantidad de tiempo que pasan viendo las noticias y las redes sociales".
Pero muchas de las personas con las que hablé que sufren de desesperación por el cambio climático no querían que su fijación con el futuro del planeta se tratara como un síntoma. Para estos pacientes, un muy importante primer paso parece ser simplemente encontrar un terapeuta que reconozca, ante todo, que el cambio climático no es una manifestación de enfermedad mental.
Rohrer se sintió aliviada de encontrar a alguien así. "Ella me escuchó, me dejó hablar durante más de dos horas en nuestra primera cita de admisión, y luego básicamente dijo que necesitábamos poner cosas como mi desesperación específica por el cambio climático en un segundo plano y discutir mi tendencia a catastrofizar todo... Al principio estaba realmente molesta", me dijo Roher. "Pero una vez que me explicó la razón, e hicimos un plan que incluía regresar al tema del clima, me sentí comprendida, lo cual me ayudó".
Según Ruttan Walker, la activista que tuvo la crisis en 2015, el terapeuta perfecto reconocerá que sí, una enfermedad mental es el problema en cuestión, pero al mismo tiempo reconocerá la "enormidad de la crisis climática". Me dijo que también tendría que ser "alguien con quien pudiera trabajar a largo plazo, porque aún debo vivir en el mundo y la crisis climática no va a desaparecer. Estar atrapada en la desesperación no es una opción para mí como madre o activista".
Lertzman cree que los terapeutas tienen que cambiar, porque "de lo que estamos hablando es en realidad algo nuevo y sin precedentes, y necesitamos nuevas prácticas para abordar esto", aunque agregó, "eso no significa que estemos empezando de cero". Dijo que de una forma u otra, necesitamos tener muchas conversaciones sin restricciones acerca de cómo nos sentimos con respecto al cambio climático, y que ninguna emoción aquí está mal.
"Cuando hay una crisis en nuestras vidas —como la pérdida de un empleo, la pérdida de un ser querido, un divorcio, algún hecho perturbador o, ahora, el acaecimiento cada vez mayor de desastres naturales, inundaciones e incendios—, necesitamos ser capaces de procesar nuestra experiencia, generalmente hablándolo con otras personas", dijo Lertzmen. "Entonces podemos ser más capaces de avanzar. Este contexto no es distinto".
Para los terapeutas, Lertzman sugirió una práctica llamada entrevista motivacional (EM), creada por los psicólogos William Miller y Stephen Rollnick. La entrevista motivacional tiene la intención de guiar a las personas hacia cambios de comportamiento difíciles pero necesarios mediante preguntas. "Se requiere tiempo para tener una conversación de 10 o 15 minutos utilizando la EM versus una interacción de cinco minutos donde simplemente le dices a alguien: 'Toma, tienes que comer esto' o 'Necesitas hacer más ejercicio''', dijo Lertzmen. Añadió que "respetar nuestras experiencias como valiosas y llenas de sabiduría", es la parte más importante de una terapia derivada de la EM para la desesperación por el cambio climático, y que las técnicas específicas obtenidas de la EM incluyen "sentarse en círculos para hablar, crear espacios seguros para ser honestos y vulnerables, [y] compartir nuestras historias"
Incluso si terapias como esta pueden convertir indefectiblemente la desesperación de las personas en acciones útiles, parece un proceso lento en un momento en que, como señaló recientemente Bill Nye, el mundo está en llamas. Sin embargo, Lertzman me dijo que a veces tenemos que ir a paso lento para poder avanzar. "Hay una frase en la EM: 'No tenemos tiempo para no tomarnos el tiempo necesario'", dijo.
No obstante, si aprender a motivar a la gente parece requerir mucho tiempo, hay otra forma mucho más antigua y sencilla de procesar la desesperación. Rendirse ante ella por un momento. Gritar. Permitirte reconocer lo jodidamente malo que es todo, y cuánto de eso nunca, jamás va a mejorar. En resumen: vivir el duelo.
Ruttan Walker me dijo que suele usar el dolor como una forma de procesar sus emociones sobre el cambio climático. "Tenemos que reconocer que hemos cambiado nuestro planeta. Lo hemos hecho más peligroso y le hemos hecho daño", dijo.
Lertzman respalda este enfoque. "Es saludable llorar", dijo. "Necesitamos hacer una pausa. Necesitamos honrar y comprometernos con lo que estamos sintiendo. Lo cual no es lo mismo que regodearse en el dolor. No es lo mismo que entrar en un agujero del que nunca saldrás".
"El duelo es un proceso. Un reconocimiento", explicó Ruttan Walker. "Pero aún así puedes seguir adelante".
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sábado, 27 de julio de 2019

Nuestra casa en el bosque


Manual práctico para vivir (o no) en lo más profundo del bosque

05.01.2019
Una de las fotografías de la cuenta de Instagram de la autora. .

¿Y si en este nuevo año nos vamos a vivir a una cabaña en lo más profundo del bosque? Yo siempre soñé con vivir en una casa así. De niño hice varios intentos deconstruir viviendas en lo alto de los árboles con discretos resultados. ¿Quién no ha soñado alguna vez con algo parecido? El libro ‘Nuestra casa en el bosque’, editado por Volcano, aborda el asunto: tener una vida sencilla, vivir en plena naturaleza comosi fuéramos colonos.
Andrea Hejlskov lo soñó y tuvo los arrestos necesarios para hacerlo. Ella, su marido y sus cuatro hijos, uno apenas un bebé. Lo vendieron todo para seguir ese sueño. Quemaron sus naves y con apenas lo puesto se internaron en un mundo forestal totalmente desconocido. Eran de Dinamarca y se fueron a los bosques de Suecia, eran oficinistas y quisieron ser autosuficientes, vivir de lo que da el campo, escapar del mundo consumista, luchar por reaprender tareas esenciales como cortar leña, encender fuego, lavar ropa en el río o construir su propia cabaña con troncos de los árboles. Una idea preciosa. Hermosa. Pero como era de esperar, más idílica que realista.
Nuestra casa en el bosque (Volcano Libros, 2018) narra la descabellada decisión de toda una familia por comenzar una nueva vida, más auténtica, más austera, en lo más profundo de un aislado, inmenso y desconocido bosque escandinavo. Una honesta narración en primera persona de la bloguera y activista medioambiental Hejlskov, quien en este libro autobiográfico confiesa todas sus insatisfacciones previas pero también reconoce sus posteriores errores y miedos en ese nuevo entorno tan hostil, además de sus logros, que no son pocos.
Temperaturas de hasta menos 30 grados centígrados. Mucha nieve, pero igualmente lluvias torrenciales durante semanas. Toda la dureza y ninguna comodidad. Cuando una ducha de agua caliente se convierte en un lujo inalcanzable pero el nacimiento de la primera lechuga de la huerta es un intensísimo rayo verde de esperanza. Andrea terminará por no reconocer sus antiguas manos de oficinista, ahora sucias y duras, de currante real. Pero logrará establecer una estrecha conexión con el campo y consigo misma inimaginable, gozosa.
Uno busca en este libro un relato épico, la perfección de vivir en plena naturaleza, una vida auténtica desconectada de la moderna sociedad de consumo donde todo transcurre plácidamente, recoges flores, comes deliciosas bayas del bosque, haces mermeladas y pasas las horas relajado frente al calor de la chimenea leyendo un libro. Pero las cosas no son como el lector se las imagina ni Hejlskov y su familia se las esperaban. Ni mucho menos. Más bien ocurre lo contrario. Los pobres se pasan el día currando, algo que era habitual en el mundo rural de antaño y que hogaño hemos olvidado.
Machismo rural
Lo más sorprendente, hasta la indignación, es comprobar cómo desde el minuto uno, en esa nueva vida y en ese nuevo ambiente feliz donde el mundo se reduce a una familia de seis miembros aparecen los roles de género más machistas del patriarcado tradicional. El marido corta troncos de sol a sol, construye una cabaña y se emborracha cuando llega reventado por la noche a casa. La mujer cocina, lava, limpia, cuida de los niños y se cabrea una y mil veces por esta situación tan injusta, pero no logra cambiarla, alguien lo tiene que hacer y le ha tocado a ella. El niño mayor ayuda al padre. La niña mayor a la madre.
Comen poco y mal, odian el lluvioso otoño, temen la llegada del terrible invierno, viven sucios sin agua corriente y ante todo son terriblemente paradójicos. Sus únicos ingresos económicos son las ayudas de 1.000 coronas por hijo que reciben mensualmente de ese gobierno danés del que tanto desconfían. Y con ese dinero que desprecian pueden pagarse la gasolina para ir a comprar comida al supermercado de la población más cercana, el combustible para el generador de luz de la casa, la conexión a Internet del ordenador, el ron y el tabaco que les da ánimos nocturnos. Nadie es perfecto, ni siquiera en el bosque.
Problemas con la basura
Hay muchas crisis en esta historia, pero yo me quedo con la más increíble de todas ellas. Después de llevar viviendo varios meses en el bosque se dan cuenta de algo en lo que no habían previsto: las basuras. Habían comenzado a acumularlas en cantidades inmensas, vidrios, latas, plásticos, restos de comidas. Ni reciclaje ni porras. En el bosque no hay contenedores. Pueden llevarla al vertedero, pero tienen dos problemas insalvables. El primero es ¿cómo transportarlas? No caben todas en el coche. El segundo puede sorprender a un español: en Suecia hay que pagar por usar el vertedero. Y no tienen dinero.
Sus escasas visitas a la ciudad tampoco le satisfacen. Se siente en ellas como una salvaje asombrada, inadaptada, asustada por tanta prisa, tanto estrés, tanta deshumanización. Es una mujer diferente.
Andrea no engaña a nadie y menos aún a ella misma. Escribe con valiente humildad, reconociendo sus muchas dudas y desvelando incluso los malos rollos con un marido que pasa demasiado de ella, empeñado en construir una cabaña mejor donde instalarse todos antes de la llegada del invierno. Y con unos hijos que también quieren decidir su futuro.
El lector se siente un cotilla mirando por el ojo de la cerradura de esta familia del bosque tan peculiar. Ella quiere ser feliz pero apenas lo logra. Cuando lo consigue, apenas unos instantes de hermosa felicidad siguiendo el vuelo de una libélula o el reflejo de un rayo de sol, los registra con pulcritud de notario. Son breves atisbos de eternidad ciertamente emocionantes.
Como reconoce en el libro, “quería contar una historia verdadera, así que escribí sobre los problemas y dejé aparte la belleza, ¡pero estaba ahí presente, y era sobrecogedora!”.
Todo. Lo cuenta todo. Son las pegas (o las virtudes) de ser bloguera, actividad relatora que Andrea mantiene desde 2011 y de la que este libro es un resumen extendido de su cuaderno de bitácora. De hecho, contra todo pronóstico, a día de hoy sigue viviendo en ese mismo bosque que tantos quebraderos de cabeza y alegrías le ocasionan, y sigue contando las peripecias vitales a través de su cuenta de Instagram y de su blog personal. Su anterior vida como directora de una agencia de coaching y consultora empresarial ha quedado definitivamente olvidada.
¿Cómo termina esta aventura? Lee el libro, aunque te doy dos pistas. Al final les salva el bosque. Y les salva la familia.
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Momentos de oro del libro
“Nos ceban con miedo, como a los gansos. Hasta que consiguen que nos rindamos. Que ya no nos indignemos por nada. Que nos volvamos indiferentes. ¿Quién puede seguir siendo sensible en este mundo sin volverse loco?”.
“El aire olía a bosque y a cielo estrellado”.
“El fuego es lo que nos hace humanos”.
“Cuando cae la nieve suena exactamente como un susurro”.
“La vida en el bosque es realmente extraña. En verano uno se pasa todo el tiempo preparándose para el invierno, y en invierno, todo el tiempo soñando con el verano”.
“El bosque empezó a oler distinto, más intenso. Olía a madera seca, a musgo húmedo, a roca caliente, a tierra blanda, a río que fluye, y a nosotros mismos. Empezamos tener otro olor; igual que les pasa a los animales, teníamos nuestras propias marcas olfativas”.
“Estuve allí tumbada durante un buen rato mirando las estrellas. Me imaginaba que caían lentamente sobre mi rostro, como copos de nieve”.
‘Nuestra casa en el bosque’, de Andrea Hejlskov. Traducción de Ilana Marx. Volcano’ Libros, 2018