El tema central de este Blog es LA FILOSOFÍA DE LA CABAÑA y/o EL REGRESO A LA NATURALEZA o sobre la construcción de un "paradiso perduto" y encontrar un lugar en él. La experiencia de la quietud silenciosa en la contemplación y la conexión entre el corazón y la tierra. La cabaña como objeto y método de pensamiento. Una cabaña para aprender a vivir de nuevo, y como ejemplo de que otras maneras de vivir son posibles sobre la tierra.

viernes, 24 de diciembre de 2010

La Cabaña de Jack Kerouac

foto post



One Fast Move or I'm Gone: Kerouac's Big Sur - TRAILER
Curt Worden / USA / 2009 / 98'

La historia de una novela y un exorcismo. En 1960, Jack Kerouac, autor de En el camino, decide alejarse de alcohol y celebridad y esconderse en el monte. Compañeros de viaje y herederos del feeling (Sam Shepard, Patti Smith, Tom Waits) revisitan Big Sur. Jay Farrar (Son Volt) y Benjamin Gibbard (Death Cab for Cutie) tocan las notas.

Esta es la historia de una novela y un exorcismo. En la carretera, de 1957, había transformado a Jack Kerouac de novelista principiante a rockstar literario: bautizado como avatar de una generación, canibalizado por sus fans, reducido a la condición de celebridad. Hacia 1960, la fama había transformado al joven Kerouac en un borracho cínico y depresivo. Para alejarse de alcohol y fama, el autor decidió autoexiliarse en la cabaña del poeta Lawrence Ferlinghetti, y escribir una nueva novela. Big Sur, el libro resultante, es el inesperado resultado de la confrontación de Kerouac con sus penas y demonios, y ésta la historia de esa novela. El filme nos lleva por varios caminos: archivo de los clubes beat de San Francisco e imágenes de época; remembranza de amigos y compañeros de viaje (la mayoría personajes del libro) como Ferlinghetti, Carolyn Cassady, Joyce Johnson y Michael McClure; herederos del feeling como Sam Shepard, Patti Smith, Lenny Kaye o Tom Waits analizan Big Sur y calibran su impacto personal; pasajes del propio libro, narrados en la voz de Kerouac por John Ventimiglia (Artie Bucco en Los Sopranos); y, por si fuera poco, una banda sonora original compuesta especialmente por Jay Farrar (Son Volt) y Benjamin Gibbard (Death Cab for Cutie). Menú completo.

Jack Kerouac: BIG SUR
Adriana Hidalgo editora, Buenos Aires, 2001
Reseña por Beatriz Vignoli

Jack Kerouac nació en Lowell, Massachussets, 1922, y murió en St.Petersburg, Florida, en 1969. De familia católica y canadiense francófona, aprendió recién a los cinco años de edad el inglés en el que forjaría luego una prosa beat, intensamente rítmica, mezcla literaria de jazz y canción country en cuyas frases se van enhebrando los nombres de las ciudades que recorría. Y es que no se podía tratar de ser un escritor norteamericano exitoso a mediados de los años cuarenta sin imitar, de buena fe, la honestidad autobiográfica preconizada por Ernest Hemingway. El otro puntal del estilo beat era la poesía de largo aliento de Walt Whitman, némesis del mejor amigo de Jack: el poeta Allen Ginsberg. A los 26 años, siendo ya escritor, futbolista y veterano de guerra, Kerouac encontró un personaje de carne y hueso lo suficientemente picaresco y quijotesco para que hubiera que seguirlo por todo el país en sus andanzas, y se convirtió inmediatamente en su prosista épico: así fue como un lumpenproletario glamoroso, el inquieto, voraz y pedigüeño Neal Cassady —rebautizado Dean Moriarty para la “ficción”— dio impulso hidráulico a una máquina literaria algo gastada ya por dos novelas previas. Y Ginsberg, el único de los amigos de clase media de Kerouac que no huyó despavorido de Cassady, aportó con sus conversaciones benzedrínicas el ingrediente místico, tolstoiano, “ruso”. El resultado, algo tardíamente publicado por Viking Press en 1957 como On the Road (En el camino), fue el primer tomo de la Biblia pagana que predeterminó todo un estilo de vida para lo que van siendo dos generaciones de beatniks. Le siguieron varios tomos más, de entre los cuales es posible que el más leído sea The Dharma Bums (Los vagabundos del dharma).

Quizás la extensión geográfica invite también en la pampa o en la Patagonia a derrochar nafta en la pura experiencia del movimiento. O quizás la dictadura militar nos proveyó de un silencio sepulcral parecido al de los años paranoicos de Eisenhower; silencios favorables a la meditación zen, ambos. Como sea, en la Argentina existe una segunda generación beatnik, educada en la subcultura rock, espectadora incondicional de Jim Jarmusch, lectora de Scott Fitzgerald, adoradora de Charlie Parker en su versión El Perseguidor por Julio Cortázar, y de la que tenemos ya un fruto maduro en la novela Los pelados de Sergio Rigazio. Esto justifica, no sólo en lo literario sino en lo cultural en su sentido más amplio, los esfuerzos consagrados por Pablo Gianera a traducir Big Sur cuatro décadas después de su escritura en 1960, y de su primera edición en lengua inglesa en 1962.

El título, Big Sur, nombra un lugar de la costa norteamericana sobre el Pacífico que se puso de moda cuando vivía allí otro de los maestros inspiradores de la Beat generation: el escritor Henry Miller, quien, como Hemingway y Fitzgerald, formó parte de la llamada Lost Generation, la “generación perdida” que fue a pelear a París allá por 1914 y no volvió, por lo menos no espiritualmente. Tanto Miller como Kerouac pensaron que Big Sur era el lugar agreste ideal donde refugiarse de la fama. Ambos se equivocaron. A Miller lo acosaban sus lectores, a Kerouac sus terrores. “¿Por qué me tortura Dios?” es una de sus frases recurrentes. De poco le sirve refugiarse, al principio, en la fantasía de que la cabaña que le había prestado Lawrence Ferlinghetti (Lorenzo Monsanto,en la ficción) era su retiro premoderno de monje budista japonés. Presintiendo el final de su vida con apenas treinta y ocho años, Kerouac reencuentra en su soledad bucólica las visiones que lo atormentaban en la casa de su madre en Nueva York, visiones por lo demás muy parecidas a las del opiómano decadentista Thomas de Quincey. Sus otros reencuentros son con el dialecto quebecois materno (“Attends pour mué kitigingoo”, le dice al gato) y con la religión de su niñez, que lo sumerge en despiadados exámenes de conciencia: “...nunca me comprometí con la vida de nadie porque siempre estoy listo y a punto de atravesar el país pero no para volver a mi propia vida en el otro extremo...”. El transcurso temporal de la experiencia en libertad absoluta ya no lo euforiza, sino que, precisamente por su falta de estructura, lo sume en la angustia existencial: “¿Qué haré después? ¿Cortar leña?”. Además está su madre, que parece seguir mirándolo sin cesar desde Nueva York y desde la infancia. Esa madre le envía la noticia de que el gato ha muerto, noticia terrible, ya que es una metonimia del hermanito muerto, aquel “hermano perdido” a quien se parecía Cassady en On the Road. El gato se llamaba Tyke, que significa niñito. Se desencadena un tropismo incontrolable de sustituciones, una ola de muertes culposas: se le mueren a Jack su ratón, su nutria, peces... La vida, en su locura literaria, manifiesta el inconsciente. Y cuando, desesperado, Jack va a buscar a Cassady (quien aquí se llama Cody Pomeray), se encuentra con que él sí tiene una vida. La historia alcanza su clímax en una escena poderosísima, un ritual del que participan un pez, un niño, una madre, y un pozo rectangular cavado en la tierra americana.

Big Sur tiene más de Arthur Rimbaud que de Walt Whitman, menos de Ralph Waldo Emerson que de Henry David Thoreau. Es un Walden fallido, y sin embargo no es una obra menor. Su poderosa consistencia alegórica supera el horizonte de la simple aventura, y su autor se interna en una pesadilla espiritual digna de Poe o de Melville. Es como un On the Road que, pasado para atrás, revelara sus mensajes demoníacos. Y, haciéndose cómplice de su verosimilitud, el traductor incluye al final la versión original inglesa del poema que Kerouac/ Duluoz dice haber escrito junto al mar.



'Big Sur': el retiro voluntario de Kerouac
(Publicado el 10 febrero 2010 por Jab)

Encontramos en Big Sur al Kerouac más desencantado, más roto por dentro, sumido en paranoias y en el alcoholismo, aborreciendo a menudo a aquellos que quieren ser beat y se presentan en su casa (o en otras casas donde él esté) para venerarlo, pedirle dinero y darle la brasa. Es un hombre que sólo quiere estar en soledad en la cabaña que Lorenzo Monsanto (nombre con el que enmascara a Lawrence Ferlinghetti) tiene en Big Sur, en una zona de bosques, montañas y serenidad. Algunos momentos del principio me recuerdan a uno de sus mejores libros, Los Vagabundos del Dharma. Sólo que aquí es el desencanto, como apuntaba al principio, el eje sobre el que giran sus pensamientos y sus actitudes. Jack Kerouac quiere huir de su leyenda, pero apenas lo consigue: en cuanto pisa una ciudad, todos se enteran y lo arrastran a las noches de juerga y locura. Ni siquiera su relación con una amante de Cody Pomeray (Neal Cassady) puede ayudarle a salir de ese hoyo en el que se ha metido: Me siento el hombre más infeliz, desgraciado y despreciable de la tierra, el pelo se me vuela en mechones bestiales alrededor de mi rostro idiota y retardado, la resaca se ha convertido en una paranoia lamentable hasta en los detalles más mínimos. .Aprovecho para comentar que es hora de que reediten sus obras descatalogadas (Ángeles de desolación, Visiones de Cody, La ciudad y el campo) y editen sus obras inéditas en España (Visiones de Gerard, Doctor Sax, Maggie Cassidy, Tristessa... entre otras) y recuerdo que en breve Anagrama publicará la obra que escribió junto a William S. Burroughs: Y los hipopótamos se cocieron en sus tanques. Siempre es un placer leer o releer a Kerouac:

"Y en la plenitud de los primeros días de alegría me dije secretamente (sin saber que volvería a hacerlo sólo tres semanas después): 'basta de excesos y de disipación, ha llegado el momento de que me dedique a contemplar tranquilo el mundo e incluso a gozar de él, primero en bosques como éste, y luego hablar y caminar serenamente entre la gente del mundo, basta de alcohol, basta de drogas, basta de fiestas, basta de encuentros con beatniks y borrachos y heroinómanos y todos los demás, basta de preguntarme Oh, por qué me tortura Dios, es decir, ser entonces un hombre solitario, viajar, hablar únicamente con los mozos, sí, en Milán, París, hablar nada más que con los mozos, pasear, sin ninguna angustia autoimpuesta… ha llegado el momento de pensar y contemplar, de concentrarse en el hecho de que después de todo la superficie del mundo tal como lo conocemos ahora será tapada con el sedimento de un billón de años… Sí, por eso, más soledad'”.


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