El tema central de este Blog es LA FILOSOFÍA DE LA CABAÑA y/o EL REGRESO A LA NATURALEZA o sobre la construcción de un "paradiso perduto" y encontrar un lugar en él. La experiencia de la quietud silenciosa en la contemplación y la conexión entre el corazón y la tierra. La cabaña como objeto y método de pensamiento. Una cabaña para aprender a vivir de nuevo, y como ejemplo de que otras maneras de vivir son posibles sobre la tierra.

viernes, 1 de noviembre de 2019

La cabaña de Maud Lewis

Maud Lewis: la vida triste y la luminosa obra de la pintora que a pesar de la artritis llegó a la Casa Blanca.

Los únicos amores de la artista folk canadiense fueron los pinceles y su marido, un tosco y huraño vendedor de pescado. Su historia fue interpretada en el cine por Sally Hawkins y se convirtió en un ejemplo de pasión por el arte.
Por Alfredo Serra


Maude Lewis
Puestos todos los datos de ella y él en las entrañas de una computadora de última generación operada por un mayor experto en cálculo de probabilidades, el resultado habría sido cero: imposibilidad total de que fueran una pareja, un matrimonio legal, y menos de que vivieran juntos hasta la muerte de ella…

Porque la dama, Maud Dowley (Maudie de apodo), nacida el 7 de marzo de 1903 en South Ohio, Nova Scotia, Canadá, estaba condenada de antemano por la implacable artritis reumatoide desde apenas el fin de su adolescencia, que lentamente le deformaría las manos, las piernas y la espalda, convirtiéndola en una fotografía de la desdicha… Una lisiada de rasgos cercanos a la fealdad, y apenas iluminados por una conmovedora sonrisa de inocencia.

Pasó pocos años en las aulas: el bullying fue despiadado. La crueldad sin límite de los niños frente al distinto. Crueldad que no fue menor en su familia. John Dowley y Agnes Germain, sus padres, murieron en 1935, su hermano Charles vendió la casa paterna, y el desamparo la empujó a vivir con su tía Ida, que no era un ángel de bondad: le arrebató su único hijo, lo vendió a una familia vecina, y le dijo a Maudie que el bebé nació deformado y murió a las pocas horas.






Una mañana de fines de diciembre de 1937 lee un anuncio repetido en varias vidrieras: "Se busca mujer para limpieza con residencia incluida para un hombre de cuarenta años". El hombre es Everett Lewis, un vendedor ambulante de pescado. Tosco, huraño, de mínima instrucción y menos palabras. Vive en una pequeña casa de madera –escasos doce metros cuadrados–, sin electricidad y sin vecinos a la redonda, en la entonces solitaria comarca de Marshalltow. Un desolado páramo que, en invierno, la nieve perpetua transforma en una sucursal de la nada…

Pero Maudie aparece en la puerta y acepta el trabajo. La casucha tiene una sola cama. Ergo, deben compartirla. En los primeros días no hay sexo, pese a los esfuerzos de ella. Everett llega a decirle que antes le haría el amor a un árbol. Pero Maudie se ha enamorado de esa especie de troglodita con el que convive día y noche, y le pide –le ruega– que se case con ella.

Y sucede. El 16 de enero de 1938 se casan sin pompa alguna: ella, acaso su único vestido, y él, un traje desempolvado de un baúl, anticuado y no demasiado limpio. Y en la escena, unos pocos vecinos, unos pocos aplausos, algún ¡Vivan los novios!



Maude y Everret Lewis



Pero a Maudie, además de un singular marido, le aparece la justificación de su presencia en la tierra: el arte. Desde chica, influida por su madre, aprendió a pintar a la acuarela tarjetas de Navidad que vendían por 25 centavos. Y siguió, y creció. Empezó a acompañar a Everett en sus recorridas, y al pescado fresco se sumaron sus hallazgos folk, preludio del naïf: paisajes, hojas, flores, animales (caballos, bueyes, pájaros, ciervos, gatos, barcos, trineos, patinadores de hielo). Lo que veía…



Obsesiva, y al principio a regañadientes de Everett, pintó todo el interior de la casa. Paredes, puertas, ventanas, y hasta la estufa. Lentamente, su arte, de engañosa simpleza, colores puros –no los mezclaba–, ausencia de sombras y el cartel en la puerta de la casa anunciando "Cuadros en venta", ya no por centavos sino por dólares, despertó la codicia del pescador: le compró pinturas y, más que la animó, la obligó a no despegarse del banco y el tablero de trabajo.

Fin del conflicto. Porque en los primeros años, Everett la acusaba de jugar con pinturitas mientras él se deslomaba recorriendo kilómetros con su desvencijada camioneta cargada de pescados. El hombre trabajador y la niña juguetona, en fin. La ignorancia frente a la creación, hasta que las cuentas no sólo se equilibraron, y los peces del mar pintados al óleo recaudaron más que los atrapados en la red.




Interior de la cabaña

Pero la artritis, asesina silenciosa, seguía su trabajo. Las deformidades de Maudie se agudizaron. Sus dedos se curvaron y se tornaron rígidos. Sólo podía pintar con una mano sostenida a duras penas por la otra. 

Fiel al pequeño formato (20 x 25 centímetros), sólo pintó unas cinco obras de 60 x 60. No por decisión artística: porque sus brazos podían extenderse cada vez menos. 

Pero los turistas que se acercaban a la cabaña para conocer a la artista y comprar sus cuadros se multiplicaron en progresión inversa a la incapacidad física de Maudie. De pronto, en 1964, periodistas de la revista Toronto Star Weekly cruzaron el páramo para hacerle la nota a esa singular mujer casi tan pequeña como un niño, atormentada por su enfermedad, y camino a la fama. 





Un año después, el boom. Maudie fue la estrella invitada de un programa prime time de la cadena CBC Television y los pequeños cuadros pasaron de los primeros centavos a los diez dólares. Y en 1970, la Casa Blanca, presidencia de Richard Nixon compró dos cuadros de obras de Maudie ¡en 16 mil dólares!, porque su temporal habitante era fanático de ella.



Poco antes de morir, luego de abandonar la cabaña por una feroz pelea con Everett, y en la casa de su tía, le fue revelada la verdad más desgarradora: su hija no nació deforme ni murió. Fue entregada, vendida a un matrimonio de la cercanía, y Maudie la vio de lejos: una sana y rebosante mujer en su jardín.


El film Maudie, el color de la vida, de 2016, con Sally Hawkins y Ethan Hawke, dirigida por Aisling Walsh, ganó siete importantes premios

Quizá fue el golpe de gracia. Everett, triste por su ausencia –tristeza tal vez no ajena al dinero que entraba–, fue a buscarla y le confesó a su manera, mezcla de palabras y gruñidos, que no podía vivir sin ella. Tarde. El 30 de julio de 1970, a sus 67 años, no pudo sobrevivir a una pulmonía.

Sus últimas palabras, susurradas a Everett, fueron "Fui amada".
La sepultaron en un ataúd para niños. 
Nueve años después, Everett murió en su cabaña, de un balazo disparado por un ladrón. 

 

Retrato de Eddie Barnes y Ed Murphy, pescadores de langostas



En 2017, una pintura de Maudie (Retrato de Eddie Barnes y Ed Murphy, pescadores de langostas) hallada en una tienda de objetos de segunda mano en Ontario, se vendió en subasta por 45 mil dólares.

(Post scriptum: en 1996, apareció el primer libro sobre su vida, titulado La luminosa vida de Maud Lewis, del escritor Lance Woolaver. Le fueron dedicados tres documentales de la National Film Board of Canada. El film Maudie, el color de la vida, de 2016, con Sally Hawkins y Ethan Hawke, dirigida por Aisling Walsh, ganó siete importantes premios. En 1984, la cabaña de la pareja, restaurada, fue comprada por la provincia de Nueva Escocia y quedó para siempre en la galería de arte local. En Marshalltown y en su lugar original, se levantó una réplica en acero de las mismas medidas, diseñada por el arquitecto Brian MacKay-Lyons. No es poco in memoriam de esa chica solitaria, enferma y maltratada que vendía postales a la acuarela en vísperas de Navidad).







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