El tema central de este Blog es LA FILOSOFÍA DE LA CABAÑA y/o EL REGRESO A LA NATURALEZA o sobre la construcción de un "paradiso perduto" y encontrar un lugar en él. La experiencia de la quietud silenciosa en la contemplación y la conexión entre el corazón y la tierra. La cabaña como objeto y método de pensamiento. Una cabaña para aprender a vivir de nuevo, y como ejemplo de que otras maneras de vivir son posibles sobre la tierra.

sábado, 25 de mayo de 2013

HENRY DAVID THOREAU: PENSAMIENTO SALVAJE



HENRY DAVID THOREAU: PENSAMIENTO SALVAJE
por bibliotecario


  • “Fui a los bosques porque quería vivir deliberadamente, enfrentarme únicamente a los hechos esenciales de la vida y ver si podía aprender lo que ésta tuviera que enseñarme, y para no descubrir, a la hora de morir, que no había vivido.”

Éstas eran las razones de Thoreau (1817-1862) para retirarse a los bosques y vivir allí de manera autosuficiente en una cabaña que él mismo se construyó, donde recogería lo que durante dos años dio de sí aquel experimento vital en un libro que hoy día es considerado un clásico fundamental de la literatura norteamericana: Walden (1854).
Otro de los episodios más divulgados de la vida de este autor es el de su noche en prisión por negarse a pagar unos impuestos que iban a sufragar la guerra de Méjico (1846-1848), guerra que consideraba a todas luces injusta y que, mediante su pequeño acto de disidencia, pretendía denunciar públicamente; a Thoreau se le dejó marchar al día siguiente, pues un vecino anónimo pagó lo que se le reclamaba, y el incidente se habría quedado en anécdota si no fuera porque dio pie a su escrito Resistencia al Gobierno civil (1849), con el que nació el concepto moderno de “desobediencia civil”, de influencia decisiva en movimientos sociales como el pacifismo y las luchas por los derechos civiles y en figuras como Tolstoi, Romain Rolland, Gandhi y Martin Luther King.
Eran tiempos convulsos en aquella joven nación que había pretendido ser un nuevo comienzo para hombres libres y que estaba convirtiéndose a pasos agigantados en la avanzadilla del mundo desarrollado, sin parar mientes en los efectos que para los modos de vida traían consigo la hipertrofia del gobierno y la obsesión por el crecimiento industrial y comercial, entre los que se contaban la desaparición forzada de los indios, el mantenimiento de la esclavitud de los negros, las míseras condiciones laborales de los inmigrantes irlandeses, la guerra expansionista con Méjico, la tala masiva de árboles, el conformismo generalizado y un ajetreo insensato que convertía a la gente en “herramientas de sus propias herramientas” y les hacía llevar “vidas de silenciosa desesperación”.
Este es el paisaje vital donde aparece una serie de pensadores inconformes, el grupo de trascendentalistas de Concord, con Emerson y Thoreau, su discípulo aventajado, a la cabeza. Influidos por el romanticismo europeo y ciertas doctrinas orientales, se proponen entablar “una relación original con el universo” y, reconociendo la divinidad de cada individuo, prescindir de autoridades externas, tanto en lo religioso como en lo intelectual y en lo político. Emerson es un pensador asistemático, más en la traza de un ensayista sin ataduras como Montaigne que de un académico al uso; su estilo oracular se plasma en sentencias memorables que parecen, como notó Borges, no proceder de la anterior ni preparar la siguiente; escribió que la obsesión por las coherencias tontas es propia de las mentes ruines y que quien aspire a ser un verdadero ser humano ha de ser necesariamente un inconformista. Su magisterio fue crucial para Thoreau, y fue a instancias de él que éste comenzó la que sería su mayor obra, los dieciséis volúmenes de su Diario (1837-1861), matriz tanto de sus conferencias como del resto de sus escritos. Merece la pena mencionar también a un poeta crucial afín a los trascendentalistas, al que tanto Emerson como Thoreau saludaron: Walt Whitman, que en su memorable Hojas de hierba (1855) iba a celebrar, en apasionados versos libres de inspiración formal bíblica, la tierra americana como santuario de la democracia y del individuo místicamente reconciliado con sus pasiones naturales y con el cosmos.
Thoreau defendió siempre un individualismo intransigente que en sus escritos de combate fue radicalizándose en su enfrentamiento al Estado, desde el mencionado panfleto sobre la desobediencia civil hasta sus escritos antiesclavistas, como La esclavitud en Massachusetts (1854) y la Apología del capitán John Brown (1859), en defensa del líder abolicionista que finalmente sería ahorcado tras el fallido asalto a un arsenal del ejército. Thoreau va más allá del lema de que “el mejor gobierno es el que gobierna menos” y propone que “el mejor gobierno es el que no gobierna en absoluto”, señalando que las mismas objeciones que se han hecho a la existencia de ejércitos permanentes son igualmente aplicables a la existencia de gobiernos permanentes. El gobierno no puede reclamar más derecho sobre mí que el que yo le conceda: únicamente el individuo es el poder superior e independiente del que aquel puede derivar su autoridad. En cualquier caso, si uno no quiere dejarse instrumentalizar por la maquinaria estatal ha de hacer valer su influencia más allá del juego electoral: “el destino de un país no depende de cómo se vote en las elecciones, el peor hombre vale tanto como el mejor en ese juego; no depende de la papeleta que eches en las urnas una vez al año, sino del hombre que echas de tu cuarto a la calle cada mañana.” Rechaza de plano que el principio de mayorías pueda pasar por encima del principio del respeto a la propia conciencia, pues lo primero es ser hombres y sólo después ciudadanos (“quisiera recordarles a mis compatriotas que ante todo deben ser hombres, y americanos después”), y la única obligación ineludible sería la de hacer en cada momento lo justo, por encima de su arreglo a la ley, y por mucho que esta ley fuese la mismísima Constitución (“la ley nunca hizo a los hombres más justos y, debido al respeto que les infunde, incluso los bienintencionados se convierten a diario en agentes de la injusticia.”). Si se sirve a la comunidad sólo con el cuerpo o la cabeza y no con la conciencia – seguía diciendo Thoreau – no sería impropio sustituir a la gente de carne y hueso por figuras de madera.
El individualismo radical de Thoreau se manifiesta en la búsqueda ferviente del propio camino (“¿Por qué hemos de apresurarnos alocadamente por tener éxito y en empresas tan desesperadas? Si un hombre no sigue el paso de sus camaradas, tal vez sea porque oye un tambor distinto. Entonces que siga la música que oye, por distinto que sea su ritmo o por lejana que suene”), pero conviene añadir que además se cuida mucho de no disfrutar de su libre campo de acción “sentado sobre los hombros de otro hombre”: “primero debo bajarme de allí, para que también él pueda proseguir con sus contemplaciones”. Por otro lado, no ofrece más que una posición de principios, no un modelo de vida concreto a imitar: “Por nada del mundo quisiera que alguien adoptase mi modo de vida; pues, al margen de que yo podría haberme hecho con uno nuevo para cuando el otro hubiera aprendido el antiguo, es mi deseo que haya tantas personas diferentes en el mundo como sea posible; que cada uno tenga el máximo cuidado en descubrir y perseguir su propio camino, en lugar del de su padre, su madre o su vecino.”
No fueron raros los movimientos sociales de la época que reaccionaron contra los abusos más notorios que denunció Thoreau, y algunos de sus amigos participaron en ciertos experimentos comunitarios alternativos. Pero frente a la mayoría de ellos, la originalidad de la rebeldía política de Thoreau está en que para llevar a cabo sus reformas no se apoya en organizaciones de masas, ni se ampara en un utopismo tecnológico, ni se supedita a un plazo en el tiempo (“¿qué es el tiempo sino la materia de la que están hechos los retrasos?”), ni apela a los sentimientos filantrópicos de su auditorio (siempre fue reacio a los reformadores que “te rozan continuamente con las mejillas grasientas de su amabilidad”): contra todos estas componendas, se basta con la apelación a la fuerza moral del individuo y su acción original aquí y ahora: “¡Ahora o nunca! Debemos vivir en el presente, lanzarnos con cada ola, encontrar nuestra eternidad en cada instante. Los necios se quedan con sus oportunidades como en una isla, mirando hacia otra tierra. No hay otra tierra; no hay otra vida que ésta, o una semejante a ésta. Donde hay un buen campesino, hay una buena tierra. Seguid cualquier otro curso y la vida no será más que una sucesión de lamentaciones”. Con que: “Haz lo que nadie podría hacer por ti; no hagas nada más”. En fin, “nada puede lograrse sin el individuo”, de ahí su “poca fe en las corporaciones; el mundo no se ha formado, ni tampoco reformado, de esa manera”; no es cuestión de esperar a contar con el respaldo de una mayoría para intentar cambiar las cosas y dejar para mejores días el ideal de una vida auténtica: “Lo más importante no es que una mayoría sea tan buena como tú, sino que exista una cierta bondad absoluta en algún sitio para que fermente a toda la masa”; con toda probabilidad habría estado de acuerdo con el viejo lema de los wobblies que señala la necesidad de convertirnos en el cambio que deseamos ver a nuestro alrededor.
Todos los escritos de protesta política de Thoreau son consecuencia natural de sus principios sobre lo que habría de ser una vida plena en sus relaciones con los demás, con uno mismo y con la naturaleza. Su defensa de la libertad del individuo no implica un indiferente o arbitrario “todo vale”, sino unas virtudes que se ponen en claro atendiendo a sus reflexiones sobre la conciencia moral, el cuerpo, la salud, el genio, lo salvaje y el medio natural. En este sentido, los ensayos más indicados para introducirse en su pensamiento, al margen de una buena antología de los ya citados Diarios, son seguramente Una vida sin principios (1863) y Pasear (1862), ambos publicados póstumamente. En el primero de ellos polemiza con el culto al éxito y la ética puritana del trabajo (“Yo creo que no hay nada, ni tan siquiera el crimen, más opuesto a la poesía, a la filosofía, a la vida misma, que este incesante trabajar”) – tal como los defendía en aquel tiempo, por ejemplo, el ilustre Benjamin Franklin – y preconiza en cambio el disfrute de un ocio pleno (“Qué es el ocio sino la oportunidad de dedicarse a actividades más completas”, escribió en otro lugar) y de una vida contemplativa (“No leáis el Times, leed las Eternidades”). Entre la selva del Diario, se encuentran aquí y allá importantes apuntes acerca de la naturaleza del cuerpo y la salud: “Los estados mentales responden a los del cuerpo y cada parte del cuerpo tiene sus pensamientos”, así como “las enfermedades del cuerpo responden a los conflictos y derrotas del espíritu. El hombre comienza a pelearse con el animal que es y el resultado inmediato es el mal-estar”, conque “miasmas e infecciones proceden de dentro, no de fuera” y “las desgracias sólo le ocurren a uno cuando es falso con su genio”. Por otro lado, conviene tener presente que “el cuerpo se cuida a sí mismo: se salva de las caídas, come, bebe, duerme, suda, digiere, crece y muere, y la mejor economía es dejarlo en paz mientras está en ello”; en fin, “la salud es una relación cabal con la naturaleza”, aunque “a veces es saludable estar enfermo”… Se comprende que Lin Yutang tuviera a Thoreau por el más chino de todos los autores norteamericanos: no deja de sentirse en estos temas éticos y fisiológicos ese toque de sabiduría oriental… Una muestra más, de su libro Una semana en los ríos Concord y Merrimack (1849): “la belleza del mundo entero reposa ante quien conserve el equilibrio en su vida y siga su camino con serenidad, sin secretas violencias; como aquel que, navegando río abajo, sólo tiene que mover el timón para mantener su barca en el centro del caudal y evitar los saltos de agua.”.
En cuanto a Pasear, presenta de la manera más clara uno de los ejes sobre los que gira toda su obra: si una de las claves básicas con que podemos leerla es la del individualismo, la limitación de la esfera política respecto a la integridad del individuo, otra no menos decisiva es la del salvajismo, la limitación de lo humano frente a la integridad de lo natural o salvaje. El escrito comienza así: “Quiero decir unas palabras en favor de la naturaleza, de la libertad total y el estado salvaje, en contraposición a una libertad y una cultura simplemente civiles, considerar al hombre como habitante o parte integral de la naturaleza, más que como miembro de la sociedad. Desearía hacer una declaración radical, si se me permite el énfasis, porque ya hay suficientes campeones de la civilización; el clérigo, el consejo escolar y cada uno de vosotros os encargaréis de defenderla”, y más adelante constata que “cada vez me alejo más de la ciudad para retirarme a la naturaleza”, pues “lo más vivo es lo más salvaje. La presencia de la naturaleza no sometida al hombre lo renueva” y “en una palabra: todas las cosas buenas son libres y salvajes”. No en vano Thoreau es tenido también por uno de los más claros precursores del ecologismo, y ha sido un referente para pioneros del conservacionismo como John Muir, para el defensor de los derechos de los animales Henry Salt, para Aldo Leopold, adalid de la ética ambiental, o para el poeta beat y defensor del biorregionalismo Gary Snyder, entre otros.
Son varios los libros de la biblioteca de Radio Qk que tienen, de una manera o de otra, una clara relación con la obra de Thoreau. En primer lugar, está Hacia rutas salvajes, de Jon Krakauer, crónica de la aventura, en los años 90, de un joven americano descontento en busca de su Walden particular (más logrado el libro que la película posterior, por cierto, pero no puedo detenerme en esto); respecto al tema específico de la desobediencia civil, puede resultar provechoso el libro-cd Sí pasó algo. Breve historia del Kolectivo de Jóvenes POS y el movimiento de insumisión en Zamora (1988-1998) de Luis Sánchez, del que también se puede escuchar la charla de presentación recogida por Radio Qk en el III Encuentro del Libro Anarquista de Salamanca (disponible para escucha o descarga en: http://www.archive.org/details/SiPasoAlgo); para los avatares actuales de la oposición al Progreso y la industrialización, desde tendencias distintas y a menudo enfrentadas, pueden verse, por destacar sólo algunos títulos, desde los libros de Félix Rodrigo Mora Crisis y utopía en el siglo XXI Naturaleza, ruralidad y civilización hasta el controvertido La sociedad industrial y su futuro, más conocido como Manifiesto Unabomber, pasando por Con amigos como éstos. Último Reducto vs. Los Amigos de Ludd, una polémica entrecruzada entre estos dos colectivos a cuenta sobre todo de su distinta sensibilidad ante las nociones de naturaleza salvaje y civilización… También hay que destacar, ahora en el terreno de la poesía, el Canto a mí mismo de Walt Whitman, de quien ya hablamos más arriba. Por último, del mismo Thoreau se pueden consultar tanto Walden como la recopilación de ensayos Desobediencia civil y otros escritos.

Por otra parte, el programa de Radio Qk Los años ciegos ha dedicado dos sesiones a la figura y pensamiento de Thoreau que están recogidas en el recopilatorio de programas que acompaña este QkZine.
Y para el grupo de montaña Ramón Mercader, otro de los proyectos hermanos de Radio Qk, quede aquí este lema rutero de Thoreau:
“Si has pagado tus deudas, hecho testamento, arreglado todos tus asuntos y eres libre, entonces estás listo para una caminata”.



Audios del programa de Radio Qk Los años ciegos


El pensamiento moderno del filósofo, naturalista y gran escritor estadounidense considerado el padre de la "desobediencia civil", está más vivo que nunca. La reedición del mítico "Walden" de Henry D. Thoreau, padre de la "desobediencia civil"; la publicación de su biografía en cómic y la aparición de un volumen con sus diarios resucitan al gran filósofo. 


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