El tema central de este Blog es LA FILOSOFÍA DE LA CABAÑA y/o EL REGRESO A LA NATURALEZA o sobre la construcción de un "paradiso perduto" y encontrar un lugar en él. La experiencia de la quietud silenciosa en la contemplación y la conexión entre el corazón y la tierra. La cabaña como objeto y método de pensamiento. Una cabaña para aprender a vivir de nuevo, y como ejemplo de que otras maneras de vivir son posibles sobre la tierra.

viernes, 17 de enero de 2025

Aún no se lo he dicho a mi jardín. Un refugio de paz.

Cuando el jardín es la salvación a tu enfermedad

"Aún no se lo he dicho a mi jardín", el libro de la italiana Pia Pera que explica cómo encontró la felicidad, en su enfermedad terminal, volviendo a la naturaleza; un homenaje a la vida convertido en su testamento literario

Pia Pera, autora de "Aún no se lo he dicho a mi
jardín",con Macchia, en la casa que reconstruyó y
 convirtió en su refugio de paz. E. Naturae


Núria Escur
11/05/2021 

A pesar del anuncio de una enfermedad degenerativa encontró la felicidad. Tras pasar media vida buscándola fuera, allí estaba, ¡delante de sus narices!, a tres metros del comedor: un jardín y un huerto. Ni pertenecer a una familia culta y excéntrica, ni estudiar Filosofía ni doctorarse, ni enseñar Literatura Rusa en la Universidad en Trento le había enseñado tanto. Ni escribir dos novelas ni traducir a Chéjov y Pushkin. Lo dejó todo para hacerse cargo de una finca abandonada y transformarla en un espacio de belleza salvaje.

Una tarde, en una librería de Mantua, los ojos de la italiana Pia Pera se posaron sobre un librito: “Poemas religiosos", de Emily Dickinson. Llegó al número 50, titulado "Aún no se lo he dicho a mi jardín" y le pareció una lección activa, una buena actitud revolucionaria ante la muerte. "Sugiere que llegará un día en que el jardinero no se presente a la cita habitual. Eso el jardín no lo sabe. Cesarán de repente todos los cuidados; pero la naturaleza volverá a ser la única fuerza".


De los campos en plena primavera decía Pia Pera sacar fuerzas . (Emili Vilamala)


De ahí el título. “Aun no se lo he dicho a mi jardín” (Errata Naturae), de la italiana Pia Pera, nos consciencia de la fascinante aventura que es, sencillamente, estar en el mundo. Apenas acompañada de los suyos, sin permitir la invasión, y de su perro Macchia, el jardín le permite cerrar en paz el círculo de su vida. Reproducimos doce fragmentos de su libro. Pía murió el 26 de julio de 2016, a los sesenta años.


Una de las entradas de la casa de Pia Pera, autora de Aún no se lo he dicho a mi jardín E.N.
  

Serenidad: piensa en ti. “Siempre he vivido, aun cuando no lo parecía, entre objetivos y proyectos; o quizá sea más apropiado decir que sufría las expectativas de quien quería algo de mí. Porque en el fondo siempre me he visto así, sin objetivos dignos de mención (…) Ahora que me siento como uno de aquellos desechos, noto una serenidad distinta, una serenidad por primera vez auténtica y profunda. Que se libera cuando el cuerpo ha perdido parte de su espesor”

Calabacines y fresas. “Otro espléndido día. Le he pedido a Giulio que plante en el huerto las plántulas que compramos ayer mientras Giovanni podaba la higuera: cuatro calabacines, seis pepinos, seis coles negras de Milán, una caja de semillas de judías verdes, ocho clavelones, diez fresas, dos dalias y diez garras de espárragos violetas. Bendito paseo por el jardín".

Los años y la belleza. “No cabe duda de que ya no soy atractiva a ojos ajenos; sin embargo, ahora me siento más vinculada interiormente que nunca a una especie de belleza y armonía impalpables. Una belleza que va revelándose, mientras me apago, a medida que se extingue la presunción del yo, el apego por el mundo. Me siento reabsorbida por algo más amplio que yo”.


Dejó crecer libremente la naturaleza alrededor de la casa, le gustaba el aspecto salvaje que adquiría (E.N).


Permiso para mandar. “Creo que con el bastón en la mano no permitiría que nadie pasara por encima de mí; plantaría cara. Este bastón me transmite auténtica alegría, satisface mi inclinación al despotismo; cuánto me gusta decir a los demás lo que ha de hacer. He tenido que enfermar para descubrir que, en el fondo, dar indicaciones es más gratificante que la agotadora autosuficiencia. Antes me imponía hacerlo todo sin ayuda, por puro puritanismo”.

Lo bueno de la enfermedad. “Es precioso estar sentada al aire libre y limitarse a mirar. Todo es exactamente tal y como debe ser. Nada chirría”.

El mes de mayo. “No recuerdo un mayo tan frío (…) La cándida rosa de Ispahán parece alegrarse de este tiempo. Nunca he visto estas rosas así de bonitas y frescas, bien conservadas por esta temperatura y esta humedad, que realza sus colores. Macchia me sigue mientras paseo, con un palito en la boca (…) Hoy me he pasado casi todo el día tumbada leyendo, intuyendo los cambios de luz a través de la ventana".


Primavera en el Jardín Botánico de Barcelona. Juan María Pérez Samper
 

Decidir el final. “Grimaldi ya no quiere morir porque estar enfermo, sino porque la vida ya no le dice nada (…) Cuando me toque a mi, me gustaría estar sola. Quiero tener la posibilidad de decidir que un día me iré, pero no rodeada de gente esperando a que pase lo que tiene que pasar y que, en cierto modo, me meta prisa. Si se me ocurre leer una última página, escribir una carta, escuchar una canción, quiero poder hacerlo. Si me entran ganas de llorar, de hacer muecas, de cantar a pleno pulmón, de acurrucarme, quiero poder hacerlo sin que me vean. Me gustaría beberme lo que hay que beber tumbada en la cama, apagar la luz y ponerme de lado, con la cabeza en la almohada, como me acuesto todas las noches”.

Estás donde quieres, no te fuerces. “Me he vestido con esmero para ir a un almuerzo literario. Cuando llego al coche, se apodera de mí el desaliento al pensar en enfrentarme a la autopista y al calor, en llegar ya exhausta, y se me quitan las ganas. Vuelvo a casa, me cambio, caigo en la cuenta de que me basta con la compañía de las flores -la amarilis blanca que acaba de abrirse, la Epiphyllum ackermannii escarlata casi marchita, las espigas de acanto- y de Macchia. ¿No estoy ya en un sitio donde soy feliz, donde puedo respirar y trabajar?

Enfermedad degenerativa, ELA por ejemplo. “El error es el siguiente: meternos en la categoría de enfermos de la motoneurona, comparar nuestro destino con el de los demás, olvidándonos de la singularidad inconmensurable de cada organismo. Ay de quien se vea parte de una estadística No tengo que pensar en mí misma solo como una enferma”.


Una de las entradas de la casa de la autora E.N.


El futuro y la paz. “Lo bonito de esta enfermedad, y caigo en la cuenta mientras leo un libro sobre los musgos en los jardines japoneses, es que me obliga a hacer lo que no me atrevía pero deseo: quedarme donde estoy”




https://www.lavanguardia.com/cultura/20210511/7415992/jardin-salvacion-enfermedad.html




Conjunto etnográfico Molino de Maquías

Conjunto etnográfico Molino de Maquías

                                             Muíño de Maquías


Los molinos han tenido durante siglos un significado muy especial dentro del mundo rural gallego. Fuente inagotable de inspiración para la literatura, la danza y la música tradicionales, estas construcciones populares no sólo constituyeron una pieza fundamental en su desarrollo económico, sino que se convirtieron en el epicentro de un extraordinario tejido de relaciones sociales.

"No muíño fan cantigas, no muíño 
fan concellos, no muíño fanse 
amores, e contan contos os vellos."


Localización

Enclavado en un entorno natural de gran belleza, a los pies del monte O Galiñeiro, este maravilloso conjunto etnográfico se encuentra situado en el curso del río Vilaza, a escasos metros río abajo de la presa del embalse de Zamáns, en el concello de Vigo.

https://maps.app.goo.gl/xkyKmifMLMKTMhKt9


El conjunto etnográfico Molino de Maquías está formado por dos edificaciones: el conocido como molino de Maquías —el más relevante y el que da nombre al conjunto— y el molino de Seoane.


Los dos molinos se corresponden con el tipo más común de los existentes en Galicia: el de rueda motriz horizontal o rodicio. Debido a su proximidad comparten la misma infraestructura hidráulica, si bien la mayor parte de esta desapareció, hace ya más de medio siglo, durante la construcción del embalse de Zamáns.


Conjunto etnográfico Molino de Maquías


Este maravilloso ejemplo de arquitectura popular, desconocido incluso para muchos vigueses, fue totalmente restaurado hace apenas dos décadas. Sin embargo, incomprensiblemente, hoy vuelve a amenazar ruina. Dicen que un pueblo que no respeta su pasado destruye su futuro. Si es cierto, es evidente que nada bueno nos espera.


Molino de Maquías

Las construcciones empleadas en Galicia para albergar los molinos fueron, la mayor parte de las veces, arquitecturas muy elementales. Sin embargo, no es este el caso. Su dimensión constructiva, la calidad de los materiales empleados en su ejecución y sus cualidades formales hacen del molino de Maquías —que también albergaba la vivienda del muiñeiro— un ejemplo muy destacado.

El molino propiamente dicho, situado en la planta inferior, posee dos muelas y se incluye, atendiendo al sistema de captación y utilización del agua, dentro del grupo de los denominados molinos de cubo. El cubo, también llamado pozo, no es más que un depósito de agua que se adosaba a los molinos situados en cursos de agua de escaso o irregular caudal. Así se garantizaba su funcionamiento incluso en época de escasez de precipitaciones.

Muíño de Maquías


El volumen superior, reservado para la vivienda, se dispone perpendicularmente sobre el anterior. El voladizo generado, que se apoya sobre cuatro toscas columnas, forma un llamativo porche al que se accede mediante una pequeña escalinata. Este espacio, llamado solaina, proporcionaba a los usuarios del molino no sólo un acceso a cubierto, sino también un lugar de descanso protegido del sol y de la  lluvia.


Porche o solaina


En la parte posterior del edificio destaca el imponente cubo, de varios metros de altura. Hasta él llega el canal de conducción de aguas, la levada, cuyo tramo final discurre sobre un muro de mampostería de granito. Estos dos elementos proporcionan al conjunto una notable dimensión constructiva.

Por otra parte, el molino disponía de un pequeño alpendre en el que se dejaban las bestias durante la muiñada. Desgraciadamente, esta estructura se desmoronó hace ya algunos años.


Tramo final del canal de conducción de aguas

La maquía

El nombre del molino procede del término maquía (maquila, en español). La maquía no era más que la porción de harina que el usuario debía de pagar al propietario del molino por hacer uso de él. Se dice que los muiñeiros, que así es como se les llama en Galicia, intentaban quedarse siempre con más cantidad de la que les correspondía, motivo por el cual no contaban con muy buena fama.

Así queda acreditado en algunos cantares gallegos:

"Xa non quero ser muiñeiro, nin 
varre-lo tremiñado, que despois no 
outro mundo toman conta do 
roubado."

Molino de Seoane

En cuanto al molino de Seoane, nos encontramos ante una construcción de dimensiones mucho más modestas. Equipado con una única muela, el edificio, de planta rectangular y cubierta de teja a dos aguas, está construido asimismo con muros de sillería. Como el molino de Maquías, se incluye dentro del grupo de los denominados molinos de cubo. Sin embargo, en este caso, el cubo, de considerables proporciones, es del tipo balsa o semienterrado.

Molino de Seoane

Entorno

El conjunto etnográfico Molino de Maquías se encuentra situado en el itinerario del sendero GR-53. Esta ruta natural, que discurre por los límites del concello de Vigo, ofrece a lo largo de 40 kilómetros unas impresionantes vistas de la ciudad y su ría.

Desde aquí, es posible ascender caminando, usando la variante GR-53.2, al monte O Galiñeiro. Su cima, situada a más de 700 metros de altitud, constituye el punto más elevado de toda la comarca.


sendero GR-53


Como se dijo antes, a escasos metros río arriba se localiza la vieja presa del embalse de Zamáns. Inaugurada en 1960, su entorno presenta un especial interés debido a la riqueza de su fauna y flora. De hecho, hoy el área está catalogada como Zona de Especial Protección para las Aves (ZEPA).

A lo largo de su orilla meridional discurre una interesante ruta de senderismo que nos conducirá al conjunto etnográfico Molinos de Zamáns, otro conjunto etnográfico cuya visita recomendamos.


Embalse de Zamáns


Lecturas recomendadas
• Galicia, las construcciones de la arquitectura popular. 
Patrimonio etnográfico de Galicia•
Manuel Caamaño Suárez
Hercules de Ediciones (2006)

https://descubreasriasbaixas.com/conjunto-etnografico-muino-maquias/

Molino, fuente de historias y romances

 El viejo molino hidráulico como fuente de historias y romances

en Nava de la Asunción, Moraleja de Coca y Santiuste de San Juan Bautista

por Amador Marugán y Benjamín Redondo Marugán

03/11/2024 
P
rovincia de Segovia



La familia Jiménez, últimos molineros de Nava de la Asunción.


De aquellos molinos hidráulicos que tuvieron tanta importancia económica y social en tiempos pasados sólo quedan unos pocos en pie y las ruinas de otros muchos donde se ejerció la primordial actividad de moler los cereales. En algún caso tan sólo existen restos de presas o azudes, el caz, o las balsas que aportaban el agua para mover las piedras de moler y que hoy algunas han sido demolidas para favorecer la corriente del río.

En las veredas del río Voltoya entre Nava de la Asunción, Moraleja de Coca y Santiuste de San Juan Bautista, llegaron a funcionar hasta seis molinos con sus respectivas leyendas puesto que el molino venía a ser un punto de encuentro donde se intercambiaban noticias, se daban recados o se contaban historias. Unas leyendas donde la molinera jugaba un papel importante en la imaginación sexual de algunos de los visitantes que favorecía el propio entorno, el ejercicio de la actividad y vivir día tras día aislados de la población más cercana.

De hecho, hay muchas coplas, refranes y canciones que dan fama a la molinera y sus amoríos, como por ejemplo esa canción castellana “vengo de moler morena de los molinos de arriba, duermo con la molinera, no me cobra la maquila…” Que es muy posible fueran fruto de la invención de los hombres movidos por su propio deseo hacia la molinera, dando lugar a esas pícaras historias. También se atribuía cierta fama de mala reputación de quienes regentaban el molino al quedarse con más grano de lo que establecía la maquila, precio que se pagaba en grano por moler el trigo. Lo cierto es que era un trabajo duro tanto para el agricultor que llevaba los costales de trigo como para el molinero en su rutinaria tarea de moler y transportar la harina en burros y carros de yanta.

Parte trasera del molino del Quemado. 
Foto Amador Marugán-Benja Redondo


Unas historias o leyendas a las que las obras de teatro y las comedias de los siglos XV y XVI contribuyeron a la fama del molinero y las molineras, precisamente el escritor de origen navero, Quintín Villagrán Rodao nos acerca una de ellas en su novela “Jueces para la aristocracia”, donde en su relato no sólo nos da a conocer los seis molinos del río Voltoya a su paso por Moraleja, Santiuste y Nava, sino que también nos cuenta una triste historia en torno a la brutal violación de la hija de un molinero por los señores feudales de la zona, que levantó la ira de las gentes de Moraleja ante la parcialidad de la Justicia.

El libro está dedicado a la memoria de su padre, Leocadio Villagrán de Santos, de profesión molinero, que le contó los hechos que en este libro se narran. La obra del escritor Quintín Villagrán, está basada en unos pliegos de cordel que compró su padre en Segovia a un ciego, y que recogían un romance dramático.

Quintín lo amplía y lo documenta muy detalladamente en el entorno de seis molinos, Molino del Rey, Molino del Cubillo, Molino del Sedeño, Molino del Quemado, Molino del Marroquí y Molino del Amor, con una amplia descripción del terreno, meandros, vaguadas, valles y taludes, con su flora y su fauna. Habla también de las partes de los molinos, de los aperos, tacto y olores, y particularizando las familias molineras que lo habitaban en el ámbito de estos tres términos municipales. La historia cuenta con tantos personajes que hay que seguirlo con una guía, casi como pasa con la familia Buendía en “100 años de soledad”.

Es una especie de “Fuenteovejuna” ubicado a lo largo de la ribera del río Voltoya, donde confronta la verborrea engañosa de los abogados defensores frente a la palabra llana de los aldeanos, para defender a sus vecinos de la falsa acusación de un doble crimen pasional ejercido por varios miembros de las clases altas. Una novela negra muy intensa y sobrecogedora.

Lo llamativo es que el autor era ciego. En 1939 una bomba olvidada entre escombros junto a la iglesia explotó cuando jugaba con su hermano y varios críos más, dejando a varios de ellos heridos y a Quintín ciego y sin la mano izquierda con tan solo 13 años.

Su padre, que había sido fusilado dos años antes por los franquistas “por sus ideas”, solía llevarle por las tardes al molino para que estuviera entretenido con las tareas propias y madurara con la gente que por allí pasaba. Él recopilaba conversaciones, cuentos, anécdotas y todo se le quedaba en su cabeza, porque era muy inteligente. Tanto es así que, un año después de la explosión, consiguió ingresar en el Colegio Nacional de Ciegos de Madrid, donde estudió la carrera de Perito Mercantil, Magisterio y de Derecho, llegó a ejercer como asesor de Derecho Internacional de varios países latinoamericanos, siendo uno de los directivos más importantes de la ONCE.

Así que, cuando se publicó la novela en 1989, nos pusimos a investigar sobre los molinos que cita Quintín. El Catastro de Ensenada (1752) cita dos molinos en Moraleja de Coca y dos en Santiuste de San Juan Bautista; el Diccionario Madoz (1850) cita uno en Nava de la Asunción, los tres pueblos implicados. No tuvimos resultados en el archivo parroquial ni en el municipal, tampoco en Segovia capital, así que nos dirigimos a la Real Chancillería de Valladolid, creada por Enrique II de Castilla en 1371, como el más alto tribunal de justicia del Reino, donde tampoco encontramos texto alguno. En el camino de la investigación la suerte se personó de forma deslumbrante con dos cuadros pintados al óleo como testigos de la separación de términos, y donde aparecen clarísimamente los molinos que cita Quintín Villagrán.


Los molinos

El primero está sin datar, pero creemos que es de finales del siglo XVII. Tiene un tamaño impresionante: 2,00 metros de ancho por 1,20 de alto, como se puede ver en la fotografía 1 y observar, de izquierda a derecha, el molino del Sedeño, el molino de Cubillo y el molino del Quemado, estos últimos con su caz y su socaz perfectamente dibujados.

No tenemos foto a tamaño natural del cuadro primero porque se hallaba en restauración, pero sí de este otro óleo no menos impresionante de 1,80 x 1,40 realizado en 1825 como cita el marco de abajo a la derecha. Aguas arriba vemos: el molino del Amor, los restos del molino del Marroquín y de nuevo el molino de Quemado, epicentro de la obra literaria. Foto 2

Un molino del Quemado, que ha sobrevivido 200 años al cuadro y que tiene el sobrio aspecto en la actualidad que vemos en estas dos fotos.

Vemos la balsa que le proporcionaba la fuerza del agua del río Voltoya para mover los rodeznos y éstos la piedra de moler, y el socaz, o salida del agua de los dos empiedros por la parte trasera. Cumplió su función como harinero hasta los años 50, cuando pasó a generar electricidad, como tantos otros, de lo que aún se conservan bastantes elementos en su interior.

El Molino del Amor, en el término de Santiuste, es de propiedad municipal y llegó a formar hasta hace poco tiempo parte de un complejo de recreo al contar con piscina, restaurante y campamentos infantiles. Junto con el “Caño de los molineros” eran los dos abastecedores del pueblo para hacer de harina para las personas y para el ganado.

Aún cita algún molino más de los que vemos en los óleos Quintín “el ciego”, como le llamaban popularmente y que, gracias a su libro, nos hizo pensar a quienes hemos acudido a merendar, a aprender a nadar o a coger cangrejos que merecía la pena conocer algo más.

Y aquí tenemos a Quintín en una foto del año 2000, con motivo de una entrevista para El Adelantado de Segovia, precisamente en el molino del Quemado, lugar que eligió para volver a escuchar el correr de las aguas, pasear junto al molino y explicarnos cómo de pequeño le llevaban de un molino a otro, empatizando con sus molineros y molineras, con sus hijos con los que jugaba, y con todos los agricultores que allí llevaban su maquila.

Escribe Quintín: Los molineros eran como los peces y los pájaros del valle: que nacían, criaban y apareaban, río arriba y río abajo.

Y así fue como, años más tarde, plasmó en su libro tantísimos recuerdos e información gracias a una memoria agudizada y desarrollada. Es el escritor ciego criado entre molinos que veía mucho más allá que la mayoría de los lugareños.


BIBLIOGRAFÍA

Quintín Villagrán Rodao, Jueces para la aristocracia. Salamanca. Organización Nacional de Ciegos Españoles. 1989. / Amador Marugán y Benjamín Redondo, La Nava, de la Asunción. Diputación Provincial de Segovia, Caja Segovia y Ayuntamiento de Nava. 1991. / A. Marugán y B. Redondo, Las palabras y la música de Nava de la Asunción. Edición propia. 2015.



https://eladelantado.com/segovia-provincia/el-viejo-molino-hidraulico-como-fuente-de-historias-y-romances/?fbclid=IwZXh0bgNhZW0CMTEAAR2AFvIkWAlixNq-lPjQMzpPcMAGNHGUMgEkcuxIf5RDWvQAbvH_eNpMECs_aem_evfARBJhGoiosIAm-zGC-A




jueves, 16 de enero de 2025

Una cúpula, icono de la arquitectura





Esta cúpula abandonada es un icono de la arquitectura y está en peligro


La Cupole fue construida en 1964 por el arquitecto Dante Bini como refugio junto al mar para la pareja formada por el director de cine italiano Michelangelo Antonioni y la actriz Mónica Vitti.

Bianca Felicori
Publicado: 10/09/2021


Nacido en la zona de Módena, en Castelfranco Emilia (1922), Dante Bini es el inventor de Binishell, una técnica que utiliza la presión del aire para crear construcciones de hormigón armado de forma esférica, que se convierte en el elemento clave de su obra. Y es el Binishell que Dante Bini utiliza para la construcción de la mítica cúpula de Michelangelo Antonioni y Monica Vitti en Cerdeña . Estamos a mediados de los sesenta (1964), el director y la actriz están en el archipiélago de La Maddalena para rodar una escena para Deserto Rosso en la playa rosa de la isla de Budelli. En esta ocasión, Antonioni conoce al empresario y terrateniente Giorgio Tizzoni y se hacen amigos. En el mismo período, Tizzoni decidió invertir en la compra de un terreno en la Costa Paradiso, un lugar "llamado por los pastores locales 'terra niedda', o tierra de la nada, porque se considera árida e inútil", dice Giulia Chianese, actriz que participa en un documental sobre el famoso director italiano.

Tizzoni le pide consejo a su nuevo amigo y, tras recibir su apoyo, compra el terreno y decide regalarle un pedazo. El matrimonio Vitti-Antonioni quería diseñar una casa de vacaciones , como una especie de refugio inmerso en la naturaleza de Gallura, la parte más septentrional de Cerdeña, y la tarea fue encomendada a Dante Bini. Entre 1968 y 1971 Bini trabaja codo a codo con Antonioni para la construcción de la villa, se crea una relación única entre arquitecto y cliente, estudian juntos el proyecto de esta cúpula que parece haber surgido de la tierra y que retoma el rojizo matices de las rocas de la costa, cuyos polvos se utilizan para hacer el revestimiento de yeso de la construcción.


Antes de terminar la edificación el amor entre Vitti y Antonioni termina, y esto probablemente sea una de las razones por las que la Cúpula termina siendo abandonada y todavía permanece allí hoy, presa del descuido como un naufragio. Delimitado por las autoridades locales, la casa está totalmente desgastada por el vandalismo y los agentes atmosféricos, mientras continúa siendo visitado, fotografiado y publicado por entusiastas del cine y la arquitectura. Esta es la condición actual de la obra maestra de Bini, a menudo víctima de ladrones y ocupantes, mientras que la Cupoletta, su pequeña reproducción construida al lado, propiedad del pintor Sergio Vacchi, así como del nuevo esposo de Letizia Balboni, la ex esposa de Antonioni, se ha transformado en un Bed & Breakfast.


Pero finalmente alguien está listo para hacer algo y es De Rebus Sardois, que ha preparado un documental fruto del proyecto de Sara Nieddu que promueve una recolección de firmas en change.org. Giulia Chianese nos brinda más detalles sobre el estado actual de la villa, "los propietarios la dejaron pudrirse en absoluta decadencia, negando explícitamente cualquier correlación entre la Cúpula y su uso real por parte del director, uno de ellos de hecho afirma que la villa no ha estado nunca habitada por Antonioni salvo por unos días. Y no es una cuestión económica, ha habido muchas propuestas de compra, incluso un inversor chino quiso comprar la cúpula para transformarlo en un centro de investigación de películas experimentales, pero siempre se han negado".

Pero ahora parece que el superintendente Bruno Billeci junto con Monica Scanu, presidenta regional del Fondo Ambiental, quieren tomar las riendas de la situación. Las instituciones avanzan hacia la recuperación de esta propiedad, tratando de colaborar con los propietarios para encontrar una solución. Ojalá sea así pero, mientras tanto, ¿firmamos?



https://es.search.yahoo.com/search?fr=mcafee&type=E210ES91082G0&p=ESTA+C%C3%9APULA+ABANDONADA+ES+UN+ICONO+DE+LA+ARQUITECTURA+Y+EST%C3%81+EN+PELIGRO



martes, 7 de enero de 2025

Aislado en una casa de troncos


Construyó una casa con troncos en un bosque y vive aislado hace 40 años
Cribeo


La extraña historia de un hombre que eligió vivir en soledad


Ken Smith frente a su cabaña Clarín

03/05/2023 16:28


Eligió vivir en soledad. Lo más alejado posible de todos. Hace casi 40 años que tomó ese camino, y así le gustaría que continuase hasta el final. "Es una vida agradable. Todo el mundo desea poder hacerlo, pero nadie lo hace", dice.

El hombre se llama Ken Smith, tiene 74 años. y vive en una pequeña cabaña hecha de troncos que él mismo construyó a orillas de un remoto lago en las Tierras Altas de Escocia. Sin luz, gas ni agua potable. Completamente solo.

Para sobrevivir, Ken, quien es originario de Derbyshire, en Inglaterra, pesca y recolecta y cosecha sus alimentos. Además recoge leña y lava su ropa en un viejo baño al aire libre.

Su cabaña de troncos está a dos horas de la carretera más cercana en el borde de Rannoch Moor, por el lago Treig. "Es conocido como el lago solitario. No hay camino para llegar aquí, pero aquí solía vivir gente antes de que se construyera la presa", cuenta.

"Todas sus ruinas están allí. El censo ahora es de uno y ese soy yo", dice mientras mira hacia el lago desde la ladera.


Los golpes de la vida

La cineasta Lizzie McKenzie se puso en contacto por primera vez con Smith hace nueve años y durante los últimos dos años lo ha filmado para el documental de BBC Escocia The Hermit of Treig ("El ermitaño de Treig").

Ken, quien es originario de Derbyshire, cuenta allí cómo comenzó a trabajar a la edad de 15 años, construyendo estaciones de bomberos. Pero su vida cambió a los 26 cuando fue golpeado por un grupo de matones después de una noche de fiesta.

Sufrió una hemorragia cerebral y perdió el conocimiento durante 23 días


.
Ken Smith tiene 74 años Clarín


"Dijeron que nunca me recuperaría. Dijeron que nunca volvería a hablar. Dijeron que nunca volvería a caminar, pero lo hice. Fue entonces cuando decidí que nunca viviría en los términos de nadie más que en los míos", afirma.

Así fue como la vida de Ken dio un giro. Comenzó a viajar y a entrar en contacto con la naturaleza. Y como Forest Gump empezó a caminar. Y lo hizo durante mucho tiempo.

Asegura que caminó unos 35.000 kilómetros antes de regresar a casa, donde lo esperaba una noticia devastadora: sus dos padres habían muerto.

"No sentí nada. Pasó mucho tiempo hasta que me afectó", cuenta, y sigue: "Unos meses después estaba en Rannoch cuando de repente pensé en mis padres y comencé a llorar. Lloré todo el camino mientras caminaba".

Y fue ese el momento donde el hombre tomó la decisión de alejarse de todo: "Pensé ¿dónde está el lugar más aislado de Gran Bretaña?", agrega en el documental.


Ken Smith pescando Clarín


"Estuve dando vueltas y seguí cada bahía y cada cumbre donde no hubiera una casa construida. Cientos y cientos de kilómetros de nada. Miré al otro lado del lago y vi este bosque", recuerda.

Sabía que había encontrado el lugar donde quería quedarse. Ken dice que ese fue el momento en que dejó de llorar y terminó su constante deambular.

Construyó su cabaña de troncos y se puso a vivir como un ermitaño. Cultiva verduras y busca frutas del bosque, pero su principal fuente de alimentación proviene del lago, de la pesca.


Ken Smith Clarín


Un derrame cerebral y la vida solitaria hasta el final

Los peligros de la vida que eligió el hombre eventualmente le iban a jugar una mala pasada. Y así sucedió unos días después de que el equipo de documentalistas se fuera.

Fue cuando estaba afuera en la nieve. Había salido a recoger algo de leña y un derrame cerebral lo dejó tirado. Con mucho esfuerzo pudo llegar hasta un GPS que le había dejado y así activar un SOS.

Los rescatistas lo hallaron y lo trasladaron en avión al hospital en Fort William, donde pasó siete semanas recuperándose.


Ken Smith con un pescado Clarín


Pero aunque los médicos intentaron convencerlo de lo contrario, una vez recuperado, Ken volvió a su cabaña y su vida solitaria.

Sin embargo, las secuelas que le quedaron del derrame obligaron al hombre a tener que aceptar más ayuda de la que había recibido nunca. Así entonces, el jefe de la zona, que cuida el bosque donde vive Ken, le lleva comida cada dos semanas, que él paga con su pensión.

"La gente en estos días ha sido muy buena conmigo", dice Ken, quien un año después de ese episodio sufrió un accidente y tuvo que ser trasladado en avión nuevamente. Fue después de resultar herido cuando una pila de troncos se derrumbó sobre él.

De todas maneras, Ken no espera vivir para siempre: "No vinimos a la tierra para siempre. Me quedaré aquí hasta que lleguen mis últimos días, definitivamente. He tenido muchos incidentes, pero parece que los he sobrevivido a todos", dice.


https://www.lavanguardia.com/cribeo/20230503/8939954/construyo-casa-troncos-bosque-vive-aislado-pmv.html


viernes, 10 de marzo de 2023

Residencia de escritores Molino de Damaniu









Diario de su estancia en el Molino de Damaniu


Diarios 2023

Sergi Bellver



Hinojosa de Jarque, Teruel. Lunes 13


Ayer tardé lo mismo en viajar en tren de Barcelona a Zaragoza y en tomarme un lento café en la estación que lo que luego me llevó bajar de la capital aragonesa a mi nuevo refugio prestado en la estepa turolense. La sensación de aislamiento y lejanía, tan grata como la soledad cuando uno la busca de veras, llega sin esfuerzo en este lugar, donde no sólo es una cuestión de espacio, sino también temporal, pues aquí cada hora parece un poco más larga que la anterior y uno intuye que hasta los años se han de dilatar de un invierno a otro. Al menos es lo que he pensado esta mañana temprano, tras mi primer amanecer en el molino de Damaniu, varado en medio de la llanura como uno de esos barcos erguidos sobre el polvo en el extinto mar de Aral. Aquí, sin embargo, el esfuerzo y el tesón de su dueño y mi anfitrión no es testimonio mudo de una desaparición, sino una baliza luminosa que insiste en darle rostro y dimensión humana a un entorno cada vez más despoblado. Un empeño que, por loable que resulte, revela el deseo arcano de nuestra especie por perdurar a toda costa en un planeta sin memoria ni voluntad. Una obra a la que nunca le ha hecho falta nuestra firma. El paisaje, así sea el desierto, jamás está vacío. La naturaleza, por austera que parezca, no nos necesita. Somos un verso suelto e inconexo en una suite que ya era perfecta sin nosotros. Si hay algún dios, debe de ser un poeta bastante mediocre por habernos creado. Esta convicción, sin embargo, se tambalea en mi interior al contemplar ciertas obras de arte y ciertas sonrisas, aun cuando estatuas y personas ni siquiera me devuelvan la mirada. Sólo entonces, al dudar de todo una vez más y ver también belleza en la condición humana, pienso que podemos añadir alguna estrofa digna al eterno poema.


Miércoles 15

Llevo unos días en una «cabaña» anexa al molino que Agustí, otro catalán trotamundos, restauró hace años en la soledad del páramo turolense, muy cerca de uno de los pueblos de la cuenca minera pero demasiado lejos de casi todo. Por esta versión extrema de «la España vacía» sólo parecen pasar el olvido y el desdén, colgados sobre el horizonte entre las torres de alta tensión y los generadores de energía eólica, que ayudan a mantener ocupadas y limpias las conciencias urbanitas pero destrozan algo más que la piel y la salud del paisaje rural. Además, la sequía empieza a ser preocupante y, a pesar del frío, el invierno ha sido avaro, no queda ni un brochazo de nieve en el perfil de las colinas y ni siquiera hay escarcha matinal que le dé un respiro a la tierra. No sé cuánto tiempo podré quedarme en esta «pequeña Siberia» agostada, pues se me han complicado la agenda de trabajo y otros planes que tenía para la primavera en ciernes, por lo que tal vez deba renunciar de momento a mi búsqueda de retiro creativo, dejar mi siguiente manuscrito en barbecho y mudarme al zumbido de asfalto de Madrid mucho antes de lo que pensaba. Pase lo que pase, al menos podré llevarme de este lugar una tonelada de silencio, ese combustible tan escaso como valioso con el que luego puedo seguir siempre mi camino a través de todo el ruido del mundo.


Viernes 17

Paso la mayor parte del día encerrado en mi refugio, mientras intento concentrarme en la escritura de mi siguiente libro y disfruto de la chimenea, a la que, al caer el sol, dedico más tiempo del que debería por puro placer. Me gusta preparar bien la leña, disponerla con cierto orden para encender la yesca, dejar los maderos sobre el hierro ya caliente antes de añadir otro a la hoguera para que prenda enseguida y así la temperatura se mantenga constante, pero sobre todo mirar la viva danza del fuego con la misma fascinación con la que uno contempla el oleaje del océano. Supongo que es un instinto primordial, heredado de nuestros albores en la caverna, pero el poder evocador de un buen fuego se multiplica en los largos días de invierno, igual que un oasis, que no deja de ser una simple balsa de agua con algo de verde y sombra alrededor, se convierte en el paraíso después de una travesía bajo el sol del desierto. Cada día salgo a dar un corto paseo por la finca, apenas el tiempo justo para estirar las piernas, respirar el aire de marzo y bajar el café, pero hoy he preferido improvisar una caminata más larga y he trazado un círculo entre el molino, los campos y el pueblo. En varios cruces y lindes de los caminos he visto unos pilares con hornacina e imaginería católica, los peirones, una suerte de versión local de los cruceiros gallegos. Entre sembrados y unas horribles naves agrícolas, esos hitos anuncian y recuerdan el enorme peso que tuvo y hoy apenas retiene la religión en esta zona, donde el campanario de cada iglesia, como un faro mudo de piedra, marca la posición de su pueblo entre las ondulaciones del paisaje. En Hinojosa, además de una capilla dedicada al «santico» local, un misionero dominico que se fue a predicar a Filipinas en el siglo xviii y acabó martirizado en China, hay una bonita y curiosa ermita de planta octogonal dedicada a la muy aragonesa Virgen del Pilar. Bien cuidada, casi coetánea del célebre paisano y con aires barrocos, contrasta con otra, más austera y apartada, pero también más carismática y muy sugerente, a medio camino entre el pueblo y el molino. Antes de volver a casa, me he detenido un buen rato junto a ella, justo cuando comenzaba la puesta de sol, y me he fijado en los cinco cables de alta tensión que casi parecían dibujarse en el aire sobre la propia ermita. Como siempre que camino o miro las cosas en cierto estado de atención meditativa ―mi otra y más profunda manera de escribir cuando el resto del mundo cree que «no escribo»―, la metáfora parecía esperar a que yo pasara por allí: bajo el pentagrama sin notas de la tecnología a cualquier precio, un solitario templo sin fieles. Al pie de una página en blanco y sin música, el silencio de Dios. Y, a pesar de una y otro, la limpia sensación de plenitud entre la vasta bóveda del cielo y la línea del horizonte me ha bastado para no necesitar otra explicación a la belleza y, al retomar mi camino, me he acordado de aquella poderosa idea que Flaubert escribió en una carta y que Yourcenar citó como inspiración para sus Memorias de Adriano: «Cuando los dioses ya no existían y Cristo no había aparecido aún, hubo un momento único, desde Cicerón hasta Marco Aurelio, en el que sólo estuvo el hombre».


Domingo 19

Ayer fuimos a hacer la compra a otro pueblo, uno con mercado semanal cada sábado y varios comercios bien surtidos. Entre los puestos de la fruta, casi todos regentados por inmigrantes marroquíes, pegué la hebra con uno de ellos, el único que me sonrió con ganas al pagarle y darle las gracias en dariya por las fresas, los tomates y las manzanas. De repente la escena me hizo pensar en los miles de mercados en los que, durante siglos, se mezclaron saludos, cuentas y ofertas en castellano, catalán, árabe y sefardí por estas tierras. Hoy, de nuevo en mi celda monacal para que el domingo de escritura cunda, me asomo un instante a una de las dos ventanas de la cabaña, me fijo en las ramas llenas de bulbos blancos a punto de florecer de un árbol que ahora mismo, así, sin las flores aún abiertas ni más pistas, no sé distinguir entre almendro, manzano o peral, y me doy cuenta de que apenas faltan un par de días para la primavera. Como una alarma activada en ese reloj de madera viva y al margen de calendarios oficiales, algo me dice que sus flores brotarán justo en ese instante.


Martes 21

Hoy es mi último día en el molino de Damaniu y mi anfitrión me ha dejado trabajar un rato en el estudio de la casa grande. Como uno de aquellos decorados de papel de los antiguos teatrillos de marionetas, cada imagen se superponía a otra para crear la ilusión de un escenario ideal para el escritor que busca el silencio sanador y la soledad propicia: mi cuaderno y el portátil sobre el amplio escritorio lacado y, tras el escritorio, un amplio ventanal y, tras el ventanal, una reja de hierro, un balcón y una baranda, y tras la baranda, un jardín ganado al yermo y el primer manzano que hubo en la finca y, tras el manzano y el jardín, la pista de tierra por la que casi nunca pasa nadie, los sembrados resecos y un prado insumiso al monótono pardo con su rectángulo verde y, tras el prado, una hilera de chopos pelados por el invierno y, tras los árboles, la loma de un milenario poblado celtíbero del que mi anfitrión tomó el nombre para este lugar y, tras la loma de Damaniu, el perfil de los montes y la lámina clara del cielo. Absorto en esa profundidad de campo mientras tomaba estas notas, una abeja se ha colado por el ventanal y se ha quedado tranquila en un rincón para recordarme que, a pesar de la dureza del invierno y de la austeridad del paisaje, la vida porfía y se abre paso una y otra vez. Sólo hace falta dejarla un poco en paz, como a este escritor, que con un refugio y la calma justa es capaz de convertir el silencio en miles de palabras, igual que las abejas, que hacen de un puñado de polen recogido aquí y allá algo tan insólito como la miel. Hace muchos años que el agua ya no hace girar la rueda de este viejo molino, hoy ya convertido en guarida para lobos esteparios, soñadores y otros fugitivos del ruido, pero la muela del tiempo jamás se detiene. Los bosques del jurásico, prensados por millones de años bajo la corteza de un paisaje tras otro ―sólo nos pueden parecer inmutables a nuestra minúscula escala, pero cambian a una velocidad considerable para la cronología geológica―, se convirtieron en el carbón que dio de comer a las familias mineras de estas tierras durante décadas. Hoy el abandono y la sequía parecen ganar la partida, pero todo se renueva a una escala u otra y los humanos sólo somos el grano molido por esa rueda que no cesa. Si no las condenamos al hambre por abusar de una naturaleza que no nos pertenece, quizá las generaciones futuras puedan alimentarse también de lo que logremos sembrar, cosechar y moler con nuestros actos. Al salir de la casona noto otra luz y nuevos aromas en el aire. No me hace falta comprobar si han brotado o no las flores que desde hace días prometen estallar en blanco bajo mi ventana, porque todo a mi alrededor parece haber renacido como nunca, que es justo como lo hace siempre: con la audaz determinación de burlar a la muerte.



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viernes, 25 de marzo de 2022

La cabaña desde todos sus ángulos

martes, 22 de marzo de 2022

Aisladas por pura rebeldía

Página /12

Aisladas por pura rebeldía
A lo largo de la historia, ha habido mujeres que eligieron el encierro para desembarazarse del deber-ser que imponía la sociedad y ser genuinamente libres, sacándole provecho a una reclusión que les permitió dar rienda suelta a notables obras, desde poesías y novelas hasta canciones y pinturas. A continuación, algunas historias de confinamiento de ilustres como Mina, Patricia Highsmith, sor Juana Inés de la Cruz…

17 de abril de 2020 




“Hace unos días, la cantante italiana Mina cumplió 80 años. En estricto confinamiento. Y no solo por las circunstancias globales. La reclusión, a Mina, le viene de lejos. De tan lejos que estas últimas semanas ha corrido un meme por toda Italia en el que se podía leer: ‘Mina no sale de casa desde el 23 de agosto de 1978. Mina es inteligente ¡Sé como Mina!’”. Así recuerda un reciente artículo del diario El País a una de las mujeres más célebremente recluidas de la historia, superdiva de la canción italiana que hizo bomba de humo al confinarse en su casa de Suiza a fines de los 70, tras padecer años y años de persecución mediática. “Uno de sus primeros éxitos, Il cielo in una stanza, ya marcaría lo que sería una constante en su carrera: el escándalo. La interpretación del tema que, claramente, alude a una relación sexual, y encima interpretada, y de qué manera, por una mujer, levanta tal polvareda que la canción llega a ser censurada”, ofrece la mentada nota. Y recuerda cómo, cuando en el ’63 Mina viaja a UK para dar a luz, los paparazzi anuncian ¡horrorizados! que la criatura es fruto de un romance prohibido con el actor Corrado Pani. Poco importaba que el hombre estuviera separado: L’Osservatore Romano la tilda de “pecadora pública”, la RAI la veta por años… El calvario continúa para la Tigresa de Cremona, a la que no le pierden rastro. En el ’78, agotada, da su último concierto y, desde entonces, se recluye definitivamente en Lugano, Suiza, donde se ha dejado ver a cuentagotas. En 2001, por caso, cuando abrió las puertas de su estudio de grabación en una transmisión streaming a la que trataron de acceder 50 millones de personas en simultáneo. Es que de tan inmarchitable su popularidad, hace poco reclamaba el pueblo tano que la misteriosa dama fuera elegida senadora vitalicia… Indómita y sin soltar nunca la toalla, ha estado presente a través de sus canciones: saca prácticamente un disco por año experimentando con el sonido que le dé la gana, sea jazz, pop, ópera, electrónica… “Dejándose ver en esas fastuosas portadas repletas de ironía”, destaca la periodista ibérica Blanca Lacasa: “como la cabeza de un mono en la portada del álbum Selfie, o esa tapa en la que su cabeza aparece incrustada en el cuerpo de un culturista, o aquella en la que se convierte en Gioconda, o esa otra en la que enseña desafiante los dientes. Por no hablar de una en la que aparece obesa respondiendo con sorna a todas esas teorías que achacaban su encierro a un aumento de peso”.




La reina del suspense. Suiza fue también el destino elegido por Patricia Highsmith, que pasó sus últimos años en Tegna, sobre el valle de Maggia, en relativa reclusión. Fastidiada por lo “descarnado y tedioso” de su Estados Unidos natal, vivió en Italia, Reino Unido y Francia previo a anclar definitivamente en este petit pueblo de apenas 200 habitantes, donde encontró refugio en una casita blanca con jardín. Celosa a ultranza de su privacidad, allí cultivó plantas, construyó sus propios muebles de madera, practicó la cría de caracoles… cuya compañía valoraba más que la humana. Siempre rodeada de gatos, como su querida Charlotte, amenizaba sus horas leyendo el Herald Tribune, pintando, escribiendo en su diario, escuchando música clásica. Y manteniendo, claro, una dieta regular… a base de whisky, cerveza y dos atados de cigarrillos sin filtro al día. “Gracias a su aislamiento, su mente no estaba contaminada por la moda, los convencionalismos o las inhibiciones”, dijo una voz amiga sobre la huraña mujer, que era más afín al intercambio epistolar que a la vida social activa, porque –según afirmaba- iba en desmedro de su creatividad. “Mi imaginación funciona mucho mejor cuando no tengo que hablar con la gente”, afirmó en cierta ocasión la sobresaliente renovadora del género negro, creadora del talentosísimo Señor Ripley (de los asesinos que acuñó, su favorito), de Extraños en un tren… Y de la preciosa, rompedora Carol, esa historia de un amor arrebatado entre dos mujeres en los 50s que fue recibida con condescendencia y pacatería por la crítica de la época, pero con hondo agradecimiento por el público.




Una poeta sin par. Qué miopes, por favor, ciertos ojitos revisionistas al querer imponer su anacrónica mirada contemporánea sobre la excepcional poeta Emily Dickinson para tildarla de puritana ¡Justo a ella!, que se mostraba reacia a los dogmatismos religiosos, a la figura de un Dios todopoderoso, a la egomanía… Dedicarse en cuerpo y alma a la poesía requería un voto de concentración y aislamiento que, con devoción, ella tomó a voluntad; haciendo consciente corte de manga a lo que la sociedad del siglo 19 esperaba de una mujer: que fuera madre, esposa, criatura social. Social fue, en sus propios términos, favoreciendo misivas para intercambiar con sus seres queridos: cartas como rompecabezas, notas breves como tuits, poemas como obsequios que hacían las delicias de su círculo de amigos. Con los que comparte, dicho sea de paso, su profundo humanismo, aboga por un acceso equitativo a la educación… Ojo, su exilio a puertas cerradas en la casa familiar fue progresivo, no se dio de la noche a la mañana- ¿De qué otro modo sino con tiempo y dedicación, en soledad, hubiera podido terminar a la tierna edad de 15 el bellísimo herbario donde preservó meticulosamente flores y plantas de su Amherst natal, recogiendo cientos de especies con sensibilidad y mimo? El encierro no fue, para ella, privación: fue ejercicio de una autonomía y fortaleza singulares, como singulares fueron sus poesías. “Podría estar más sola… sin mi soledad”, uno de sus versos, por demás representativo.




La adolescente resiliente. “Ríete de todo y olvídate de todos. Suena egoísta, pero es la única cura para los que sufren de autocompasión”. “A largo plazo, el arma más afilada es un espíritu amable y gentil”. “No pienso en la miseria sino en la belleza que aún permanece”. Que tan esperanzadoras frases pertenezcan a una chica de 13, 14 años ya es sorprendente; que hayan sido escritas durante un aislamiento forzado de más de 2 años las vuelven extraordinarias, sin más, por su madurez, la ausencia de resentimiento, su claridad. Obvio es decir que pertenecen a Ana Frank, que escribió en “la casita de atrás” -escondite de Ámsterdam donde trató de ocultarse de los nazis junto a su familia- su celebérrimo Diario: una libreta con tapas de tela que bautizó Kitty y rehízo en el ’44, tras oír en la radio que testimonios en primera persona serían recopilados tras finiquitar la Segunda Guerra Mundial. En estos días en los que se cumplen 75 años de su muerte en el campo de concentración Bergen-Belsen, sí que es un amparo repasar las edificantes letras de una muchacha que, en el peor escenario posible, no eligió recluirse pero igualmente mantuvo altos los ánimos. Por cierto: en un intento por acercar su figura al público más mocete, la Casa Museo Ana Frank ha convertido a esta icónica cronista del Holocausto en… youtuber, lanzando muy recientemente en formato videoblog una serie de 15 episodios que, a partir de extractos, traduce al visual sus vivencias y puede verse online.




La mujer de los lunares infinitos. Salvo que tenga que viajar para hacer acto de presencia en alguna retrospectiva o deba dar una interviú a cuento de alguna muestra, la rutina de Yayoi Kusama -la artista viva mejor cotizada del mundo- se mantiene prácticamente incólume desde la década del 70s: amanecer cada día en el instituto mental donde vive desde hace décadas, caminar diez minutos hasta su estudio, trabajar con su equipo unas 10 horas por día, seis días a la semana, “tejiendo” sus famosas “redes infinitas”; volver al hospital que es, por propia elección desde 1973, su casa. Como recupera la periodista Leticia García en un reciente artículo de la web Smoda, ese año tuvo Yayoi inquietante episodio alucinatorio: “Un día estaba mirando el estampado de flores rojas de un mantel. Y, de repente, lo vi también cuando miré al techo, cubría las ventanas, todo el cuarto. Hasta a mí misma. Me asusté, sentí que comenzaba autodestruirme”. No fue el primero, conforme relata la periodista: “Padecía desde niña un trastorno obsesivo compulsivo y utilizaba el arte para canalizar la neurosis provocada tanto por su entorno familiar (su madre la obligaba a espiar a su padre y a su larga lista de amantes para mantenerla al corriente), como por los horrores perpetrados por la II Guerra Mundial (tenía 16 años cuando estallaron las bombas atómicas)”. Si ese momento marcó un antes y un después que catapultó el retorno a su Japón natal fue porque -tras intentar abrirse camino en la escena arty neoyorkina sin demasiada suerte- había enfermado de depresión tras la muerte de su amigo y mentor Joseph Cornell. Ergo la decisión de ingresar poco tiempo después al hospital psiquiátrico Seiwa, en Tokio, donde planta definitivas raíces, creando obras donde ha sabido canalizar obsesión y acumulación en piezas donde la repetición casi compulsiva sigue patrones rítmicos.





La monja jerónima. “Vivir sola… no tener ocupación alguna obligatoria que embarazase la libertad de mi estudio, ni rumor de comunidad que impidiese el sosegado silencio de mis libros”, anotó Sor Juana Inés de la Cruz desde su celda del convento de la Orden de San Jerónimo, donde tomó votos perpetuos a los 19 y allí permaneció el resto de su días. Liberadora opción para esta brillante muchacha del 1600s que perseguía irrenunciable vocación por el estudio: si la universidad no estaba en las cartas para las mujeres, quedaba el claustro para que la prodigiosa y precoz Juana (que según se cuenta, aprendió a leer y escribir con apenas 3 añitos y a los 8 ya se había mandado su primera loa eucarística) despuntase el vicio por el conocimiento. Teología, astronomía, pintura, lenguas, filosofía; de todo estudió esta monja jerónima que amasó una nutricia biblioteca con más de 4 mil tomos y, como escritora, abordó desde poesía hasta teatro, desde opúsculos filosóficos hasta estudios musicales; también villancicos. En ocasiones, despertando tirria de la cúpula eclesiástica, que veía con recelo que una religiosa se ocupara de temas demasiado… terrenales. Que se dedique a rezar y cocinar, le dijeron; y ella respondió sin cortarse medio pelo: “Bien se puede filosofar y aderezar la cena”. Defensora del derecho de la mujer a la educación, entre sus obras más conocidas destacan Los empeños de una casa, El divino Narciso o Neptuno alegórico, que creó durante el Barroco, confinada, en territorio mexicano. Entre los versos más famosos de esta poeta, una de las voces más importantes del Siglo de Oro: “Hombres necios que acusáis/ a la mujer sin razón/ sin ver que sois la ocasión/ de lo mismo que culpáis”. O bien: “En perseguirme, Mundo, ¿qué interesas? / ¿En qué te ofendo, cuando solo intento / poner bellezas en mi entendimiento / y no mi entendimiento en las bellezas?”. Ni qué decir de… “Óyeme con los ojos, / Ya que están tan distantes los oídos, / Y de ausentes enojos / En ecos de mi pluma mis gemidos; / Y ya que a ti no llega mi voz ruda, / Óyeme sordo, pues me quejo muda”.


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