El tema central de este Blog es LA FILOSOFÍA DE LA CABAÑA y/o EL REGRESO A LA NATURALEZA o sobre la construcción de un "paradiso perduto" y encontrar un lugar en él. La experiencia de la quietud silenciosa en la contemplación y la conexión entre el corazón y la tierra. La cabaña como objeto y método de pensamiento. Una cabaña para aprender a vivir de nuevo, y como ejemplo de que otras maneras de vivir son posibles sobre la tierra.

viernes, 17 de enero de 2025

Molino, fuente de historias y romances

 El viejo molino hidráulico como fuente de historias y romances

en Nava de la Asunción, Moraleja de Coca y Santiuste de San Juan Bautista

por Amador Marugán y Benjamín Redondo Marugán

03/11/2024 
P
rovincia de Segovia



La familia Jiménez, últimos molineros de Nava de la Asunción.


De aquellos molinos hidráulicos que tuvieron tanta importancia económica y social en tiempos pasados sólo quedan unos pocos en pie y las ruinas de otros muchos donde se ejerció la primordial actividad de moler los cereales. En algún caso tan sólo existen restos de presas o azudes, el caz, o las balsas que aportaban el agua para mover las piedras de moler y que hoy algunas han sido demolidas para favorecer la corriente del río.

En las veredas del río Voltoya entre Nava de la Asunción, Moraleja de Coca y Santiuste de San Juan Bautista, llegaron a funcionar hasta seis molinos con sus respectivas leyendas puesto que el molino venía a ser un punto de encuentro donde se intercambiaban noticias, se daban recados o se contaban historias. Unas leyendas donde la molinera jugaba un papel importante en la imaginación sexual de algunos de los visitantes que favorecía el propio entorno, el ejercicio de la actividad y vivir día tras día aislados de la población más cercana.

De hecho, hay muchas coplas, refranes y canciones que dan fama a la molinera y sus amoríos, como por ejemplo esa canción castellana “vengo de moler morena de los molinos de arriba, duermo con la molinera, no me cobra la maquila…” Que es muy posible fueran fruto de la invención de los hombres movidos por su propio deseo hacia la molinera, dando lugar a esas pícaras historias. También se atribuía cierta fama de mala reputación de quienes regentaban el molino al quedarse con más grano de lo que establecía la maquila, precio que se pagaba en grano por moler el trigo. Lo cierto es que era un trabajo duro tanto para el agricultor que llevaba los costales de trigo como para el molinero en su rutinaria tarea de moler y transportar la harina en burros y carros de yanta.

Parte trasera del molino del Quemado. 
Foto Amador Marugán-Benja Redondo


Unas historias o leyendas a las que las obras de teatro y las comedias de los siglos XV y XVI contribuyeron a la fama del molinero y las molineras, precisamente el escritor de origen navero, Quintín Villagrán Rodao nos acerca una de ellas en su novela “Jueces para la aristocracia”, donde en su relato no sólo nos da a conocer los seis molinos del río Voltoya a su paso por Moraleja, Santiuste y Nava, sino que también nos cuenta una triste historia en torno a la brutal violación de la hija de un molinero por los señores feudales de la zona, que levantó la ira de las gentes de Moraleja ante la parcialidad de la Justicia.

El libro está dedicado a la memoria de su padre, Leocadio Villagrán de Santos, de profesión molinero, que le contó los hechos que en este libro se narran. La obra del escritor Quintín Villagrán, está basada en unos pliegos de cordel que compró su padre en Segovia a un ciego, y que recogían un romance dramático.

Quintín lo amplía y lo documenta muy detalladamente en el entorno de seis molinos, Molino del Rey, Molino del Cubillo, Molino del Sedeño, Molino del Quemado, Molino del Marroquí y Molino del Amor, con una amplia descripción del terreno, meandros, vaguadas, valles y taludes, con su flora y su fauna. Habla también de las partes de los molinos, de los aperos, tacto y olores, y particularizando las familias molineras que lo habitaban en el ámbito de estos tres términos municipales. La historia cuenta con tantos personajes que hay que seguirlo con una guía, casi como pasa con la familia Buendía en “100 años de soledad”.

Es una especie de “Fuenteovejuna” ubicado a lo largo de la ribera del río Voltoya, donde confronta la verborrea engañosa de los abogados defensores frente a la palabra llana de los aldeanos, para defender a sus vecinos de la falsa acusación de un doble crimen pasional ejercido por varios miembros de las clases altas. Una novela negra muy intensa y sobrecogedora.

Lo llamativo es que el autor era ciego. En 1939 una bomba olvidada entre escombros junto a la iglesia explotó cuando jugaba con su hermano y varios críos más, dejando a varios de ellos heridos y a Quintín ciego y sin la mano izquierda con tan solo 13 años.

Su padre, que había sido fusilado dos años antes por los franquistas “por sus ideas”, solía llevarle por las tardes al molino para que estuviera entretenido con las tareas propias y madurara con la gente que por allí pasaba. Él recopilaba conversaciones, cuentos, anécdotas y todo se le quedaba en su cabeza, porque era muy inteligente. Tanto es así que, un año después de la explosión, consiguió ingresar en el Colegio Nacional de Ciegos de Madrid, donde estudió la carrera de Perito Mercantil, Magisterio y de Derecho, llegó a ejercer como asesor de Derecho Internacional de varios países latinoamericanos, siendo uno de los directivos más importantes de la ONCE.

Así que, cuando se publicó la novela en 1989, nos pusimos a investigar sobre los molinos que cita Quintín. El Catastro de Ensenada (1752) cita dos molinos en Moraleja de Coca y dos en Santiuste de San Juan Bautista; el Diccionario Madoz (1850) cita uno en Nava de la Asunción, los tres pueblos implicados. No tuvimos resultados en el archivo parroquial ni en el municipal, tampoco en Segovia capital, así que nos dirigimos a la Real Chancillería de Valladolid, creada por Enrique II de Castilla en 1371, como el más alto tribunal de justicia del Reino, donde tampoco encontramos texto alguno. En el camino de la investigación la suerte se personó de forma deslumbrante con dos cuadros pintados al óleo como testigos de la separación de términos, y donde aparecen clarísimamente los molinos que cita Quintín Villagrán.


Los molinos

El primero está sin datar, pero creemos que es de finales del siglo XVII. Tiene un tamaño impresionante: 2,00 metros de ancho por 1,20 de alto, como se puede ver en la fotografía 1 y observar, de izquierda a derecha, el molino del Sedeño, el molino de Cubillo y el molino del Quemado, estos últimos con su caz y su socaz perfectamente dibujados.

No tenemos foto a tamaño natural del cuadro primero porque se hallaba en restauración, pero sí de este otro óleo no menos impresionante de 1,80 x 1,40 realizado en 1825 como cita el marco de abajo a la derecha. Aguas arriba vemos: el molino del Amor, los restos del molino del Marroquín y de nuevo el molino de Quemado, epicentro de la obra literaria. Foto 2

Un molino del Quemado, que ha sobrevivido 200 años al cuadro y que tiene el sobrio aspecto en la actualidad que vemos en estas dos fotos.

Vemos la balsa que le proporcionaba la fuerza del agua del río Voltoya para mover los rodeznos y éstos la piedra de moler, y el socaz, o salida del agua de los dos empiedros por la parte trasera. Cumplió su función como harinero hasta los años 50, cuando pasó a generar electricidad, como tantos otros, de lo que aún se conservan bastantes elementos en su interior.

El Molino del Amor, en el término de Santiuste, es de propiedad municipal y llegó a formar hasta hace poco tiempo parte de un complejo de recreo al contar con piscina, restaurante y campamentos infantiles. Junto con el “Caño de los molineros” eran los dos abastecedores del pueblo para hacer de harina para las personas y para el ganado.

Aún cita algún molino más de los que vemos en los óleos Quintín “el ciego”, como le llamaban popularmente y que, gracias a su libro, nos hizo pensar a quienes hemos acudido a merendar, a aprender a nadar o a coger cangrejos que merecía la pena conocer algo más.

Y aquí tenemos a Quintín en una foto del año 2000, con motivo de una entrevista para El Adelantado de Segovia, precisamente en el molino del Quemado, lugar que eligió para volver a escuchar el correr de las aguas, pasear junto al molino y explicarnos cómo de pequeño le llevaban de un molino a otro, empatizando con sus molineros y molineras, con sus hijos con los que jugaba, y con todos los agricultores que allí llevaban su maquila.

Escribe Quintín: Los molineros eran como los peces y los pájaros del valle: que nacían, criaban y apareaban, río arriba y río abajo.

Y así fue como, años más tarde, plasmó en su libro tantísimos recuerdos e información gracias a una memoria agudizada y desarrollada. Es el escritor ciego criado entre molinos que veía mucho más allá que la mayoría de los lugareños.


BIBLIOGRAFÍA

Quintín Villagrán Rodao, Jueces para la aristocracia. Salamanca. Organización Nacional de Ciegos Españoles. 1989. / Amador Marugán y Benjamín Redondo, La Nava, de la Asunción. Diputación Provincial de Segovia, Caja Segovia y Ayuntamiento de Nava. 1991. / A. Marugán y B. Redondo, Las palabras y la música de Nava de la Asunción. Edición propia. 2015.



https://eladelantado.com/segovia-provincia/el-viejo-molino-hidraulico-como-fuente-de-historias-y-romances/?fbclid=IwZXh0bgNhZW0CMTEAAR2AFvIkWAlixNq-lPjQMzpPcMAGNHGUMgEkcuxIf5RDWvQAbvH_eNpMECs_aem_evfARBJhGoiosIAm-zGC-A




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