jueves, 31 de marzo de 2011

William Somerset Maugham. Un regreso narrativo a la cabaña



“Me doy mala maña para describir; no sé hallar palabras para pintar un cuadro; no puedo decirte de manera que la veas la grandiosidad del cuadro que surgió ante mí cuando estalló el esplendor del día. Aquellos riscos, con sus espesísimos bosques, aún prendida la neblina en las copas de los árboles, y el insondable lago a mis pies... El sol cayó sobre el lago a través de una nube rota y lo hizo brillar como acero bruñido. La belleza del mundo me causó un intenso arrobamiento. Jamás había sentido tal exaltación, tal trascendente alegría. Advertí una extraña sensación, una especie de cosquilleo que me empezó por los pies y me subió hasta la cabeza, y sentí como si quedara repentinamente libre de mi cuerpo, y ya trocado en espíritu puro participé de una belleza que jamás pude concebir. Me pareció que una sabiduría sobrehumana me dominaba, hasta que todo lo que antes estuvo confuso se me presentaba claro, y cuanto hasta entonces me causó perplejidad resultaba comprensible. Experimenté tal felicidad, que resultaba dolorosa, y me esforcé en librarme de ella, pues tuve la impresión de que si duraba un momento más moriría; y aun así, era tal mi rapto que me encontraba dispuesto a morir antes que salir de él.
¿Cómo podría explicar lo que experimenté? No hay palabras para el éxtasis de mi dicha. Cuando volví en mí estaba exhausto y temblando. Me quedé dormido. Desperté a mediodía. Volví andando a la cabaña, y llenaba tal gozo mi corazón que me pareció apenas tocar el suelo con los pies... Por lo que a mí me concierne, lo único que puedo decirte es que la intensa sensación de paz, dicha y felicidad que me poseyó en aquel momento de éxtasis aún perdura dentro de mí tan lozana y vívida como en el momento en que su percepción me deslumbró la vista.”
William Somerset Maugham: “El filo de la navaja”.


Alfred Eisenstaedt. William Somerset Maugham

"... Como decía al principio, “El filo de la navaja” , junto con Siddhartha de Herman Hesse, es una de las mejores novelas del siglo XX y que más influencia ha tenido entre los jóvenes. Escrita en 1944, a punto de acabar la Segunda Guerra Mundial, aunque ambientada en el final de la Primera, su éxito fue inmediato. No así el Siddhartha de Hesse que, a pesar de haberla escrito dos décadas antes (1922), no alcanzó la fama hasta 1946, cuando le concedieron el Nobel de literatura. Ambas novelas vivieron su esplendor en los años 60 y 70, años marcados por aquella sed de búsqueda de un nuevo sentido y significado de la vida que propició la aparición de tendencias y movimientos pacifistas y contraculturales como el de los hippies.

Son muchos los que han seguido el camino indicado por Larry Darrell y que han convertido su vida en una búsqueda constante del sentido de la vida, una búsqueda que, como dice Siddhartha, hace que entendamos, al fin, que no hay que buscar, sino que hay que aprender a amar, porque sólo en el amor están todas las respuestas. Hoy puedes encontrar a todos esos Larry Darrells donde menos lo esperas: en un autobús, sentados en el metro, conduciendo un camión, dando clases en cualquier instituto, en un concierto, o codo con codo a tu lado en cualquier manifestación… La historia de Larry Darrell, como la de tantos otros, como dice el propio Somerset Maugham, es”la de un hombre profundamente religioso que no cree en Dios”, un hombre que se ha encontrado a sí mismo, como también le dice en otro momento de la novela a Isabel desde su personaje: “Ya ve, querida, la bondad es, al fin y al cabo, la fuerza más poderosa del mundo y él (Larry) la posee…”

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