ENSAYO SOBRE LA LOCURA
Alejandro Campos Uribe
Paula Fontes Campillo
Paula Lacomba Montes
"Cuando la luz de la aurora crece en silencio sobre las montañas...
Cuando el molinillo de viento que está fuera de la ventana de la cabaña zumba en la tormenta que crece...
Cuando a través de un jirón en el cielo con nubes de lluvia se desliza de pronto un rayo de sol sobre la penumbra de las praderas...
Cuando al comenzar el verano se abre una solitaria flor de narciso en la pradera y una rosa de las rocas brilla bajo el arce...
Cuando el viento, al cambiar de repente, murmura en las vigas de la cabaña y el tiempo amenaza con volverse desagradable...
Cuando en un día de verao la mariposa se posa en una flor y, con las alas cerradas, se balancea con ella en la brisa...
Cuando el arroyo de montaña en el silencio de la noche cuenta su caída sobre las piedras...
Cuando en las noches de invierno se desgarran en la cabaña tormentas de nieve y una mañana el paisaje se calla bajo su manto de nieve...
Cuando los cencerros de las vacas tintinean desde las laderas del valle de montaña donde los rebaños vagan lentamente...
Cuando la luz de la tarde, inclinándose en algún lugar del bosque, baña de oro los troncos de los árboles..."
Así describía Martin Heidegger, filósofo alemán, la estancia en su cabaña. Como él, muchos han hablado y escrito de sus cabañas, de sus espacios para reflexionar. Eduardo de Miguel escribe: "Hacerle un hueco a la reflexión no es fácil en la cultura de la inmediatez en la que estamos inmersos, pero conseguirlo supone otorgarse la oportunidad de abrir una ventana hacia lo desconocido, hacia la inmensidad que, como bien nos recuerda Gaston Bachelard en su libro La poética del espacio, habita dentro de nosotros, “está ligada a una especie de expansión del ser que la vida reprime y la cautela detiene, pero que vuelve a empezar cuando estamos solos. Tan pronto como nos inmovilizamos, estamos en otro lugar; estamos soñando en un mundo que es inmenso. La inmensidad es el movimiento del hombre inmóvil”.
Antonello da Messina ideó uno de estos lugares para acoger a San Jerónimo, Padre de la Iglesia y traductor de la Biblia al latín, Julio Verne nos lo propuso en De la terre à la lune, Alvar Aalto construyó Nemo propheta in patria con una intención similar y tanto Le Corbusier como Heidegger pasaron los últimos días de su vida en el paradigmático Cabanon. Todos ellos tienen en común su pequeñez y probablemente esta característica hizo que Alison Smithson abriera su ventana, la del cuarto para guardar la escoba de la bruja, a la inmensidad del bosque, Antonello da Messina a la inmensidad del refinado paisaje italiano, Alvar Aalto a la inmensidad de los lagos finlandeses, Le Corbusier a la inmensidad del Marenostrum, Heidegger a la inmensidad de las praderas de la Selva Negra, y Julio Verne a la inmensidad más sobrecogedora de todas, la del universo infinito."
Este es sin duda un excelente punto de partida.
La reflexión no es algo usual, casi podríamos decir que la reflexión es ese algo que nos hace humanos. La reflexión nos hace sentir temores injustificados, agobio, soledad, nostalgia, tristeza... Aunque también amor y alegría; nos permite sentirnos queridos, estar orgullosos. Son siempre las cosas malas las que recordamos, pero las buenas son inmensamente más importantes.
El orgullo levantó las pirámides de Egipto, hizo estallar la Revolución Francesa.
El amor construyó piedra sobre piedra el Taj Mahal, acabó con las diferencias raciales.
Por amor, por orgullo, el ser humano es capaz de hazañas que parecen imposibles. (foto Tianamen)
Reflexionar es sentir, y sentir no solo con los sentidos; sentir con cada milímetro de tu cuerpo.
Reflexionar es que un escalofrío te recorra cuando escuchas: "Tocala otra vez, Sam"
Reflexionar es que saques la lengua a un niño.
Reflexionar es que aguantes la respiración cuando pasas por un túnel.
Reflexionar es todo esto y muchas cosas más.
Reflexionar es sentir.
Nuestro proyecto trata de sentir, de la piel de gallina, de las lágrimas y de las sonrisas. Además, todas al mismo tiempo, porque si una cosa es segura, es que cada uno siente de manera distinta. Lo importante no es provocar algo concreto, sino provocar algo, lo que sea. La arquitectura debe también participar de los sentimientos, de las emociones, la arquitectura tiene que ser humana, tiene que reflexionar y provocar reflexiones.
El ser humano debe Construir, Habitar y Pensar. Construir es lo mismo que habitar, es necesario construir para poder habitar, igual que es necesario habitar para poder construir. Pensar es reflexionar, sentir.
La cabaña de Heidegger ejercía sobre él un potente efecto centrador. Era un lugar para sus moradores y sus enseres, que incitaba al seguimiento del sol y de las estaciones, los destellos del cielo, la brisa y el viento, la lluvia y la nieve, la flora y la fauna. No era demasiado grande ni innecesariamente flexible, ayudando a sus ocupantes a configurar situaciones intensas. Estimulaba momentos reflexivos a ritmo lento, casi obligando a la observación atenta de lo banal. Decir esto ya es decir muchas cosas, quizá demasiadas para asimilarlas en un solo instante.
No pretendemos llegar a tanto, ni mucho menos, sino más bien intentarlo, empezando por el principio; por el habitar, y concretamente, el habitar del alojamiento, de la habitación, de la vivienda. La difícil meta es conseguir que alguien en algún momento escriba en nuestra habitación palabras tan bellas como las de Heidegger; o que se ponga sin saber muy bien por qué, a cantar. Que alguien recuerde la atmósfera del lugar y la plasme en una fotografía, a modo de inspiración a la inmensidad más grande de todas, que no es, ni más ni menos, y en esto discrepamos con Eduardo de Miguel, que nuestro pensamiento.
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