lunes, 24 de enero de 2011

El silencio de la cabaña

  
















  El árbol junto a la casa de
María Luisa en Zirahuén,
México, llamado "Esteban" en
algunas de sus obras literarias



María Luisa Puga
Carlos Rojas Urrutia

Maria Luisa Puga (Ciudad de México, 1944 – 2004) vivió la mayor parte de sus 60 años con la sensación de ser fuereña, de habitar sin pertenecer en distintos lugares del mundo. Nunca viajó sola. La acompañaban sus diarios, incontables cuadernos donde vaciaba su escritura para así explicarse el mundo.

Escribió en ellos con intensidad y disciplina, sin pretextos para interrumpir su oficio o posponer el momento de la creación. Su rutina, que mantuvo aún con enfermedades, desvelos o dolor, consistió en levantarse todos los días, sin tregua de días festivos ni fines de semana, a las 4 de la madrugada (“la hora donde no hay nada que perturbe el acto de escribir”) a llenar algunas cuartillas con sus reflexiones.

Recorrió ciudades europeas, africanas y mexicanas. Al final, se instaló en una cabaña en medio del bosque a orillas del lago michoacano de Zirahuén. Ahí, frente a “Esteban”, el inmenso árbol que se veía desde la ventana de su estudio, compartió sus circunstancias, su forma de entender el silencio, su percepción de la realidad social y de los sentimientos humanos, que quedaron plasmados en el último tercio de su obra literaria.

... A propuesta de Isaac Levín, abandonó la Ciudad de México y cambió el ruido urbano por el silencio del bosque. Partió a una cabaña construida por su pareja frente al lago michoacano de Zirahuén. Levín, construyó además, una pequeña tlapalería para solventar los gastos corrientes. El motivo que la decidió a abandonar la vida urbana: “Lo hice por amor. Lo digo en voz baja porque hay quienes creen que es un argumento poco serio”.

Desde su cabaña, ubicada a un kilómetro y medio de Erongarícuaro, siguió con su disciplina de trabajo: escribir por las madrugadas, transcribir por las noches. Poco a poco, se adaptó al silencio del bosque. Al principio, engañó a la soledad colocando numerosos espejos en su estudio de trabajo, para combatir el silencio con el reflejo de su imagen. Luego fue sustituyendo poco a poco los espejos por las imágenes internas.

“Durante la escritura, pero sobre todo en el momento de comenzarla, hay una angustia, algo que hace sufrir, pero así como tiene la escritura malos momentos, tiene otros fantásticos. Los mejores son cuando a uno se le olvida que está escribiendo; estás escribiendo pero ya no eres tú, ya no es tu mano, tu computadora, tu pluma, sino la historia se está contando a través de ti, y esos son los momentos maravillosos. Y hay otros de mucho esfuerzo, muy pedregosos, muy dificultosos…pero todos hay que vivirlos.”

En 1987 publicó desde su cabaña La forma del silencio, donde hace un juego de paralelismos entre los personajes (una niña citadina y un par de viejos rurales) los escenarios (Acapulco y el Distrito Federal) y las culturas (la mexicana y la estadounidense). Además, al tiempo que narra la historia, analiza lo que se desarrolla mientras la vida transcurre, lo que surge en el acto justo que propicia la escritura.

Sobre esta novela, María Luisa Puga explicaba: “Cuando decidí, hace treinta y tres años, que iba a ser escritora, era ésta la novela que quería escribir. No la hice antes porque le tenía miedo; había cosas que quería olvidar y que son las que me empujaron a irme de México a los 24 y permanecer fuera durante diez años”.

En su libro, Puga expone la importancia del silencio como eje central de la sociedad actual, en perpetua crisis: “Se desestructuran las cosas: la pareja, la familia, la sociedad, el país. Se viene abajo todo en un torrente de palabras inútiles, cada vez más especializadas; más secas e incomprensibles, más ajenas al sentir humano. En los años 40 la guerra sacudió al mundo. En los 50 el plástico lo llenó de esperanza. En los 60 fue el amor. En los 70 la muerte hizo nuevamente su aparición. Y en los 80 la crisis. Las palabras suenan a ya dichas, ya probadas, ya fallidas. El ser humano sigue igual de vulnerable que siempre”.

Sobre La forma del silencio, Silvia Molina escribió : “Desde la orilla del lago de Zirahuen, María Luisa nos cuenta una forma de silencio, que también es una forma de decirse las cosas, de atrapar a las ciudades y las personas. Su libro, es una forma de juego que nos acerca a la crisis del país.”

Alejada de los centros culturales del país y de su actividad, María Luisa Puga se rodeó de literatura. Su tiempo lo repartía en su pareja, sus perros de nombres sugerentes (“Coma”, “Punto”, “Novela”, “Cuento”), sus cuadernos de apuntes, y los talleres literarios que impartía a los niños y adolescentes en la escuela del pueblo.

“Me fui a vivir a Zirahuén porque quería organizar mi propia austeridad, vivir en una pobreza voluntaria y controlada que me permitiera ver el proceso de crisis del país. He logrado encontrar una manera de sostenerme y luchar porque la gente desarrolle un espíritu más crítico para analizar la crisis. Lo que escogí fue el espacio para escribir, no para ser escritora con éxito. Me estorbaría el ser excesivamente conocida, en el sentido de que dejaría de oír mi escritura y empezaría a oír mi imagen.”

En su búsqueda por encontrar distintos puntos de vista para narrar historias, Puga escribió sobre las circunstancias de su vida y del mundo que la rodeaba, adentrándose en la mente y preocupaciones de distintos personajes.

http://www.literatura.inba.gob.mx/literaturainba/escritores/escritores_more.php?id=5890_0_15_0_M
http://commons.wikimedia.org/wiki/File:Puga_Zirahuen_tree.jpg

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